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domingo, 25 de febrero de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Tres


Sasha se despertó sobresaltada y sudando. Las sabanas estaban empapadas y se habían enredado entre sus piernas. Habían pasado ya diez años desde que su padre la vendió a una mafia que se dedicaba a la trata de mujeres. A los pocos meses de estar con ellos la vendieron a un burdel ilegal, donde todas las chicas eran niñas raptadas o vendidas. Había chicas que ni siquiera sabían hablar el idioma, menores de edad y algunas drogadictas que estaban solo para poder conseguir un pico que chutarse en vena. Y el día que llegó a aquel lugar, odiando con toda su alma a su padre, juro que no volvería a derramar ni una sola lagrima más.
Los últimos años de Sasha, desde que vivía en aquel antro, habían sido un desfile de falos de todo tipo… Hombres repugnantes que sin pagar no conseguirían el contacto lascivo de ninguna mujer, hombres casados que buscaban el afecto (fingido en estos casos) que no encontraban en su matrimonio y un largo etcétera.
Sasha prefería a los casados, eran más gentiles y pasaban la mayor parte del tiempo que habían pagado quejándose y criticando a sus mujeres, en busca la comprensión y el cariño que no encontraban en sus hogares. Sin embargo eran ellos los que estaban en compañía de una prostituta.
El burdel era un edificio de tres plantas, en la primera planta había varios salones con cómodos sillones, salas para organizar fiestas privadas y un bar. La segunda planta eran las habitaciones, había unas treinta habitaciones para las veinte chicas que eran. Algunas veces llegaban chicas nuevas, otras se llevaban a chicas que ya llevaban allí algún tiempo, de forma que el número de prostitutas siempre oscilaba pero por lo general siempre sobraban habitaciones. Y en la última planta se encontraba el despacho del dueño del burdel.
En la misma habitación en la que trabajaban era donde dormían, algo poco higiénico pero tampoco es que tuvieran algún tipo de voz o voto en aquel antro, algunas chicas dormían juntas para sentirse más protegidas, pero Sasha dormía sola, no le agradaba mucho la compañía excepto la de dos o tres personas. Tenía su propio baño y un armario lleno de ropa sensual, picardías y disfraces. A petición del consumidor siempre.
Una ventana pequeña, con barrotes y unas cortinas de seda roja. Desde la ventana Sasha podía observar los enormes edificios de la ciudad, al otro lado del río. Parecían muy pequeños, aunque ella sabía que debían ser gigantescos. En el fondo de su alma deseaba estar allí, rodeada de esos edificios, en esa jungla de asfalto y cristal, pero no lo decía nunca en voz alta… podría ser peligroso.
Cuando no tenía que trabajar Sasha no se molestaba ni en arreglarse, simplemente se ponía una camiseta ajustada y unas bragas.
Casi nunca se ponía el sujetador por comodidad normalmente, estaba acostumbrada a pasar la mayor parte del día desnuda, a causa de tipo de vida.
Ella era de las chicas que más tiempo llevaban en el burdel, junto a Lucia y Esmeralda que eran las veteranas.
Lucia era una joven ucraniana de voluptuosas curvas, rubia y de tez blanquecina. No hablaba mucho ni solía llamar la atención, pero cuando reía era la más escandalosa.
Esmeralda era la mejor amiga Sasha en aquel antro. Era una transexual, es decir un hombre operado para tener senos, de piel morena y pelo negro, rizado y corto. Era la más querida por las chicas y siempre daba la cara por ellas y era respetada por todos en aquel lugar.
A pesar de estar retenidas contra su voluntad y ser obligadas a practicar sexo con cualquiera que pagara, los chicos del burdel las solían tratar, si no del todo bien, al menos con respeto y no abusaban de ellas.
Sasha soñaba todos los días con escapar de aquel antro, vivir una vida lejos de todo lo malo de este mundo, pero ese sueño se desvanecía cada vez que se encontraba en la cama desnuda con un desconocido.
Sabía que nunca tendría el valor para escaparse de allí.
Nada más levantarse, se sentó en el borde de la cama, solo llevaba unas bragas negras bastante ajustadas, se incorporó del todo frotándose los ojos aun adormilada y se paró frente al espejo, observando su cuerpo.
Su pelo ondulado de color azabache le llegaba hacia la mitad de la espalda, contrastando con su pálida piel y sus ojos verdes.
Los cardenales ya no decoraban su piel y los recuerdos de su traumática infancia le eran lejanos y turbios, como una pesadilla que de una manera u otra siempre acababa recordando fugazmente.
Con el paso de los años había crecido y transformado en una hermosa joven; sus curvas, muslos, firmes pechos, largas piernas y las venas azuladas que se marcaban en algunas zonas de su pálida piel, de forma grácil y sensual, era lo que todos los hombre deseaban.
Ella era consciente de que tenía un cuerpo atractivo, pero sabía que la belleza era efímera y que algún día se esfumaría.
Tras ducharse se vistió con una camiseta blanca que estaba en el fondo de su armario. Hoy era su día libre y necesitaba relajarse, charlar y quizás tomar algunas copas.
Fue a la habitación de Esmeralda. Ella libraba cuando quería, quizás por llevar allí más tiempo. Mientras que las demás chicas solo tenían días libres cuando tenían la menstruación, una semana de descanso al mes para aquellas inocentes esclavas sexuales. Para Sasha aquel era su ultimo día libre, y quería aprovecharlo con Esmeralda para poder pasarlo bien antes de pasar por otro mes infernal.
Llamó un par de veces a la puerta y escuchó como Esmeralda la invitaba a entrar.
—¡Hola amor! —exclamó Esmeralda de aquella manera tan exótica, como un acento cubano forzado, siempre tan entusiasmada y versátil.
—Buenos días Esme —le respondió Sasha con una sonrisa débil, como todas las expresiones que intentaba pintar en sus labios, solo la seriedad y el miedo eran sinceras en ella—. ¿Libras hoy?
—Mmmm… ¿Noche de chicas a que sí? —dijo Esmeralda entusiasmada poniéndole especial énfasis caribeño a la pregunta.
—Estaría genial la verdad… Mañana vuelvo a trabajar…
—No te preocupes cariño, ve a comer algo y esta noche me paso por tu habitación con una botella buena y nos lo pasaremos genial—. La animó guiñándole un ojo.
—¡Genial! Esta noche te veo entonces
Sasha salió de la habitación y en el pasillo se tropezó con uno de los guardaespaldas de Giovanni, el jefe del local.
—Sasha, el jefe quiere verte —le dijo—. Ahora.
Sasha no respondió, solo agachó la cabeza y se dirigió a las escaleras.
No sabía el nombre de aquel hombre, solo conocía el de uno de los guardaespaldas, Jack, él era el único que las trataba como personas, era amable y siempre estaba atento a que ningún cliente se sobrepasara con ellas, mientras que otros solían hacer la vista gorda a cambio de un pequeño soborno.
Subió las escaleras hasta llegar al despacho del jefe del burdel, la puerta estaba abierta de par en par, pero ella esperó en el marco de la puerta temblando, nunca era buena señal que el jefe te llamara de aquella manera.
—¿Ya estás aquí? Pasa —dijo con un deje de acento italiano pero autoritario—. Tengo que pedirte un pequeño favor…
Ella ya sabía que no era un favor, que era una orden y debía cumplirla quisiera o no.
Observó cómo guardaba unos papeles en un cajón del escritorio de caoba con adornos y remaches dorados, y lo cerró con llave.
Debían ser papeles importantes, porque por lo general Giovanni era una persona descuidada y el orden no era una de sus cualidades.
El despacho era una habitación bastante grande de paredes altas, enormes ventanales a ambos lados de la habitación, una chimenea siempre encendida, algo necesario en aquella fría ciudad.
Había un enrome armario con puertas de cristal tras el escritorio, se podía apreciar que estaba lleno de botellas de alcohol, probablemente de las más caras.
La habitación estaba decorada con varias obras de artes, cuadros, esculturas y estantes llenos de libros colgaban de las paredes.
Aquel hombre delgado, bajito, de avanzada edad y de aspecto siniestro, vestía siempre trajes de chaqueta de los más caros. Le hizo un gesto para que tomara asiento.
—Van a llegar un par de chicas nuevas, no si se hablaran nuestro idioma o no. Tu trabajo será enseñarle que deben hacer, como deben hacerlo y dejarles bien claro que les ocurrirá si no obedecen todas y cada una de mis peticiones. ¿Ha quedado claro? Llegaran la semana que viene, mientras tanto sigue con tu trabajo como de costumbre.
—Sí, señor —dijo inmediatamente con la cabeza gacha, sin ser capaz de mirarle a los ojos.
—Ya puedes retirarte
Sasha se marchó del despacho y se dirigió a su habitación rápidamente tratando de no hacer ruido, era mejor no molestar a aquel hombre.
Desde el primer día le dejaron claras sus obligaciones y la primera vez que se le ocurrió desobedecer el castigo fue tan doloroso que pasó días sin poder moverse.
Sintió lastima por aquellas chicas, pero poco podía hacer por ellas. Una vez que se cae en la red de Giovanni… No hay escapatoria.
Una vez en su habitación se tumbó en la cama, el tiempo pasó rápido y cuando se quiso dar cuenta Esmeralda llamaba a su puerta, abrió la puerta con una botella de champagne y un par de copas en una mano.
—¡Esta noche nos vamos a divertir mucho ricura! —dijo casi gritando alegremente.
—Pues lo necesito mucho, Esme. Me han encargado enseñar a unas chicas nuevas la semana que viene…
—Que mierda… —una sombra de preocupación asoló brevemente los ojos de Esmeralda, pero miró a Sasha y le dedico una de sus brillantes sonrisas—. Bueno, olvídate de eso, esta noche… ¡A divertirse!
Esmeralda dejo las copas en una mesa junto a la puerta, agitó la botella y el tapón salió disparado con un agradable “¡plop!” y un leve chorro que mancho el suelo. Se sentaron en la cama y comenzaron a beber.
—Sasha, ¿sabes que ha ocurrido?
—No… ¿Qué ha pasado? –Sasha odiaba esa pregunta. ¿Cómo se suponía que iba a saber que ha ocurrido si no se lo contaba?
—Se han llevado a Lucia…
—No jodas…
—Sí, sí. Mis contactos me lo han confirmado. Se la han llevado a otro antro, aun peor que este. Quizás por eso van a traer a esas chicas nuevas… ¡Tengo que averiguar quiénes son!
Pasaron la noche bebiendo, riendo y contándose anécdotas divertidas de los hombres más penosos con los que habían trabajado el último mes.
—…y lo más divertido fue cuando me quite la falda, vio mi miembro en su máximo esplendor ¡Y él lo miró con los ojos como platos! No tenía ni idea de lo que yo escondía —contaba Esmeralda mientras se reía a carcajadas.
—¡No me lo puedo creer que amigos más cabrones tenia! —reía también Sasha— Bueno Esme, estoy muy… borracha y mañana curro… Vamos a tener que dejar esta fiestecilla para otro día
—Vale, vale, te dejo dormir… —decía mientras se marchaba tambaleándose y riéndose aún.
Sasha se tumbó en la cama, no llego a quitarse la camiseta, todo daba vueltas a su alrededor, estaba realmente borracha. Pero por un instante todo el miedo y la pena desapareció de su alma, por un momento se sintió libre, sin problemas. Por un breve instante era feliz al no poder pensar en nada… un breve instante antes de quedarse dormida y volver a tener a recordar su pasado en forma de pesadillas.
Soñó que despertaba en aquel cuchitril en el que había estado retenida por meses, cuando la mafia de trata de mujeres buscaba comprador. Aquel hombre que la dejó inconsciente con el arma de electrochoque abrió la puerta, la arrastró mientras ella chillaba aterrada tratando de resistirse, la empujaron y cayó a los pies de Giovanni, él sonrió le dijo algo al otro hombre y le entregó un maletín.
Uno de los hombres de Giovanni la agarro con fuerza y la saco de aquel lugar para meterla en un coche, saco una pistola y le apunto a la cara, dijo algo que no alcanzó a oír por sus incontrolables gritos y con cara de estar harto le golpeó en la cabeza con la culata de la pistola dejando inconsciente a Sasha.

domingo, 18 de febrero de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Dos


Sasha despertó en una cama de hospital, rodeada de aparatos que emitían luces brillantes y pitidos rítmicos, le dolía terriblemente la cabeza, desde la puerta podía ver a dos policías y una médica hablando con su padre.
Su padre sudaba con nerviosismo, hablaba de forma airada como a punto de explotar y ponerse a gritar. Ella sabía que la paciencia no era una de las cualidades de su padre, y se encontraba entre la espada y la pared.
Parecía una bestia enjaulada.
La pareja de policías y la doctora entraron en la habitación de Sasha dejando a su padre fuera.
—Buenos días Sasha, soy la doctora Leonor —se presentó la joven mujer, rubia y de facciones redondas, era algo rechoncha y sus ojos verdes trataban de expresar serenidad y seguridad—. Estos dos agentes quieren hablar contigo. Si en algún momento quieres parar o te sientes nerviosa llámame, estaré en la puerta vigilando.
Sasha asintió levemente.
Los policías que esperaban en la puerta se acercaron lentamente a Sasha, que los miraba con cierto recelo.
—Buenas Sasha, me llamo Adolfo y mi compañero Raúl, somos agentes de policía. Queremos hacerte unas preguntas ¿De acuerdo? —dijo uno de los agentes sonriendo.
—Vale… —musitó ella.
—Hemos hablado con tus vecinos, y creemos que tu padre… abusa de ti. Si eso es cierto nosotros te protegeremos y llamaremos a unas personas que te llevarán a un lugar seguro.
No tengas miedo Sasha, y dinos la verdad. ¿Tu padre te ha hecho daño?
Sasha miró a la puerta, su padre la miraba fijamente muy serio.
Ella sabía que si decía la verdad acabaría muy mal, el miedo le recorría todo el cuerpo
—No… mi padre no me ha hecho nada
—¿Y esas heridas y golpes?
—Yo… me caí por las escaleras, agente…
—Sasha, debes decirnos la verdad. De otra manera no podremos ayudarte. ¿Lo entiendes?
—Esa es la verdad, señor agente, mi padre no me ha golpeado nunca…
El policía agachó la cabeza y negó con aplomo.
—Bueno… si en algún momento te hace algo, llámanos –dijo extendiéndole un papel con un número de teléfono escrito— Este es mi numero personal
—Lo tendré en cuenta señor agente.
Los policías y la doctora salieron al pasillo, parecían discutir sobre ella, ya que la miraban cada pocas palabras que intercambiaban. La doctora parecía frustrada, Sasha incluso llego a oírle gritar que ellos debían hacer su trabajo y no quedarse de brazos cruzados.
Ella sabía que si no decía nada no podrían ayudarla, pero no era capaz de decir la verdad. El miedo le apresaba el corazón como una trampa para osos.
A los pocos días le dieron el alta en el hospital, los médicos dijeron que el ataque de ansiedad se debió al estrés por la muerte de su madre, que de alguna manera aún le afectaba y no lo había superado, la citaron para un psicólogo. Pero Sasha nunca acudió a la cita.
Su padre se pasó las siguientes semanas sin aparecer por casa nada más que para dormir, no le dirigía la palabra a Sasha y no le volvió a poner una mano encima, temeroso de lo que pudiera pasar.

Ella se despertó con las primeras luces del sol que se filtraban por los huecos de la persiana, suaves haces de luz que parecían tener el tacto de la seda de poder tocarlos.
Al levantarse se dirigió al salón, por el rabillo del ojo vio que había unas cartas en el mueble de la entrada, se acercó y las miró.
Una estaba dirigida a ella.

Era del colegio, hacía ya mucho que no iba a clase y el director le mandó una carta para recordarle que si no asistía a clase sería expulsada y no podría obtener el título académico.
No era la primera carta, y sabía que no sería la última; además de las esporádicas llamadas de la orientadora del instituto.
Sasha pensaba en su futuro, sin estudios ni experiencia laboral, solo contando con sus “dotes femeninas”. ¿Qué debía hacer entonces con su vida?
¿Debía hacer como aquellas divas de la MTV y dedicarse al espectáculo audiovisual? ¿Cómo aquellas famosas de los programas del corazón y cazar un marido mientras fuera bella todavía? Sasha no sabía qué hacer con su vida, por culpa de la violencia constante de su padre y la muerte de su madre había dejado los estudios de lado.
Se sentó al borde de la cama y recordó aquel fatídico día en que todo cambió. Recordó el día de la muerte de su madre.
Su madre era una joven belleza, con los mismos rasgos que Sasha, pero algo más esbelta y de curvas más exuberantes.

Al contrario que en las películas dramáticas de Hollywood, el día de la muerte de su madre no era uno lluvioso, ni nublado, ni siquiera hacía frío.
Era una agradable tarde de primavera, las flores de colores llamativos rondaban por todo el parque, el zumbido de las abejas se escuchaba en algunos setos, el sol sin ser sofocante calentaba la piel y soplaba una suave brisa.
Sasha y su madre estaban en el parque, ella jugaba a la pelota y su madre estaba sentada en un banco vigilándola. Su padre no había ido en aquella ocasión con ellas,  y quizás fuera su ausencia, la brisa o la torpeza de Sasha lo que causó una cadena de sucesos que acabarían con la vida de su madre.

Sasha pateó la pelota de plástico demasiado fuerte, la brisa la desvió hacia la carretera en el momento en el que el semáforo se puso en verde. Ella salió corriendo tras su preciada pelota que le regaló su madre tiempo atrás, su madre le gritó que se detuviese. Pero así son los niños: Incautos, desobedientes y alocados. Y así son las madres: Sobreprotectoras, mandonas y siempre preocupadas.
Eva vio cómo su hija iba a cruzar la calle sin mirar si venía algún coche, de modo que salió corriendo detrás de ella, justo entonces un camión cargado de vigas estaba pasando y tuvo que dar un frenazo al ver a la niña pequeña.
La madre de Sasha consiguió agarrarla de un brazo y tirarla hacia la acera salvándola. El camión se detuvo a pocos centímetros de Eva, que se había cubierto la cara con los brazos en un intento de protegerse de aquella mole de metal que estaba a punto de arrollarla. La inercia del frenazo del camión hizo que las vigas se desprendiesen, cayendo sobre la madre de Sasha, atravesando su cuerpo y matándola en el acto.

Sasha en su cama no pudo evitar llorar ante aquel recuerdo, se secó las lágrimas como pudo y contuvo el sollozo al escuchar a su padre abrir la puerta. Se vistió con lo primero que encontró sobre la silla del escritorio y salió a ver si necesitaba algo.
Se encontró con que su padre no estaba solo, estaba acompañado por un hombre bajito y calvo en traje de chaqueta y por otro alto y fornido, también vestido en traje de chaqueta, y con el pelo muy corto y rubio.
Por su aspecto debían ser extranjeros, quizás alemanes o rusos.
Los tres hombres la miraron en silencio durante un rato.

—Creo que esto saldará tu deuda. —le dijo el hombre calvo a su padre.
—¿Qué significa esto papá…? —preguntó Sasha asustada, a pesar de imaginarse de que se trataba. No era ningún secreto en aquel barrio que muchas chicas eran vendidas a la mafia. Y en algunos casos, como en el de su padre, era para saldar deudas por el juego o las drogas.
—Sasha, vete con estos hombres, sé obediente y no hables a no ser que te den permiso —le dijo su padre muy serio, pero desviando la mirada. Estaba evidentemente atemorizado por esos hombres y parecía sentir cierta vergüenza o arrepentimiento
—¿Por qué…? —Sasha estaba a punto de romper a llorar.
—Porque si no lo haces nos mataran a ti y a mí. Así que obedece.
No iba a dejar que su padre la vendiese como si fuera una esclava, se negaba a creer que eso fuera a pasar.
Había sufrido mucho por culpa de ese hombre, y ya estaba cansada.
Sasha retrocedió unos pasos, cogió impulso y salió corriendo empujando al hombre bajito y esquivando al otro hombre más alto para escapar por la puerta. Mientras bajaba por la escalera corriendo como un galgo notó dos pinchazos en la espalda, una enorme descarga eléctrica sacudió todo su cuerpo y todo a su alrededor comenzó a oscurecerse hasta que se desmayó.
—¿Era necesario utilizar la taser? —le reprendió el hombre bajito al alto.
—Lo siento señor Anderson…
—Por el amor de dios, es solo una cría. Vamos, cógela y métela en el coche… En fin, ha sido todo un placer hacer negocios con usted.
—Sí… claro, lo mismo digo señor Anderson —respondió el hombre agachando la cabeza, se giró y cerró la puerta de su casa tras de sí.
El padre de Sasha observaba desde la ventana del salón como el coche, en el que iba montada su hija con los hombres a los que se la había vendido, se perdía entre las calles de la ciudad. Siempre pensó que en un día como aquel se sentiría feliz.
Pero sin embargo una tristeza y una desolación terrible invadieron su alma, mente y corazón.
Se dirigió al baño, cogió todos los botes de pastillas del botiquín que encontró. En el armario del salón agarró una botella de licor barato, se sentó en su sillón.
Se tragó todas las pastillas y dejó la botella vacía.
Acabando en el suelo convulsionando a causa de la sobredosis hasta morir. Nadie le echaría de menos.
Pasaron varias semanas hasta que el olor putrefacto del cadáver llamó la atención de los vecinos, que llamaron a la policía y lo encontraron en la misma posición en la que perdió la vida. Y ahora, su aspecto dejaba ver el reflejo de su propia alma.

domingo, 11 de febrero de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Uno


El sonido de las llaves abriendo la puerta principal sorprendió a Sasha, se cubrió con las sábanas, ocultándose bajo ellas por completo. Su padre había vuelto del bar, como cada noche, apestando a alcohol.
El miedo ahogaba su corazón, como si un mano invisible lo aplastara tratando de detenerlo, intentó no hacer ruido al respirar para que su padre no notase, aunque fuera vagamente, su presencia.
Cada golpe que recibía de su parte, cada roce lascivo de sus manos en su virginal cuerpo de catorce años, cada insulto, cada amenaza… Todas esas desagradables situaciones le provocaban un pánico que no podía controlar.
Se limitaba a agachar la mirada y cumplir con obediencia lo que le ordenaba, lo que fuera para evitar más golpes de los que ya recibía diariamente.
Aquella deplorable situación cumplía cerca de seis años, desde que su madre murió dejándola sola con aquel hombre, que nunca la aceptó como parte de su vida y constantemente le repetía que era una carga para él.
El vacío que dejó la muerte de su madre en sus corazones, él lo apaciguaba con alcohol y pagaba sus penas propinándole palizas diarias a ella, usando de excusa cualquier mínimo error que cometiese, mientras que Sasha se limitaba a llorar cada noche, abrazando el recuerdo de su madre. Aguantando aquel infierno familiar.
Su padre era un hombre corpulento, de unos cuarenta años, sudoroso y grasiento. No trabajaba y se pasaba el día pidiendo favores a sus amigos para poder sacar algo de dinero para beber, mientras la deuda seguía creciendo.
La noche que acontece quedará en la memoria de la adolescente para el resto de su vida.
Aquel hombre en lugar de ignorar su presencia e irse a dormir como solía hacer, se sentó al borde de la cama de la joven. Su respiración era agitada, pesada y desagradable.
Sasha temblaba de puro terror, mientras las manos de su padre le acariciaban el rostro y comenzaban a bajar hacia sus pueriles pechos. Los agarró con fuerza mientras acercaba su boca al oído de su hija.
­­­­—Sasha… has crecido mucho…—le susurró al oído, y un escalofrío recorrió el cuerpo de la chica, temiendo lo que pudiera pasar a continuación.
El corpulento hombre le quitó las sábanas, le arrancó el pijama y la ropa interior, dejándola desnuda a su merced. Se abalanzó sobre ella y le tapó la boca antes de que pudiese gritar.
La agarró con fuerza, ella chilló, pataleó y se resistió cuanto pudo.
Al final, preocupado de que algún vecino se despertara y llamase a la policía, la golpeó en la cabeza dejándola atolondrada.
Mientras las lágrimas recorrían su tierno rostro…
Su padre la violó.
Y ella se limitó a aguantar el sollozo mientras sufría cada embestida, cada sacudida era como un cuchillo atravesando su pueril alma. No podía pensar, no podía hacer nada, el miedo la tenía paralizada. Trató de gritar pidiendo auxilio, pero su padre la agarraba del pelo con fuerza, apretando su cara contra la almohada donde se ahogaban sus gritos y su llanto.
Cuando terminó, el sudoroso hombre se retiró a su habitación, tirándose en la cama y comenzando a roncar a los pocos segundos. Sin el más mínimo remordimiento en su conciencia por lo que acababa de hacerle a su hija.
Ella lloraba. Acurrucada en la cama en la que había sido violada, abrazando sus rodillas en posición fetal y meciéndose de lado a lado mientras el terror la invadía y el dolor de su alma acrecentaba.
Se sentía sucia, se quería meter en la ducha y limpiarse.
Se sentía sola, abandonada y desolada, quería acabar con su vida.
Quería agarrar un cuchillo y desgarrarse las muñecas hasta desangrarse, notar como la sangre fluía fuera de su cuerpo, notar como la vida la abandonaba y escapar de aquel maldito infierno.
Pero tenía miedo de que si hacía algún ruido que pudiera despertar a la bestia, que roncaba en la habitación contigua, pudiera volver a forzarla, a pegarle, a hacerle sentir como una débil muñeca de trapo sucia y abandonada.
Sasha solo podía llorar en silencio. Y eso hizo hasta quedarse dormida.
Al día siguiente la luz del sol que se filtraba entre los agujeros de la persiana la despertó. Noto todo su cuerpo agarrotado y dolorido, su cabeza embotada y su alma desgarrada.
Salió de su cuarto y se asomó a la habitación de su padre temblando de puro terror, suspiró aliviada al comprobar que no estaba.
Entró en el cuarto de baño, giró el grifo y esperó a que el agua se calentase. El frío del invierno se notaba en aquella casa sin calefacción. El agua caliente salió de la ducha acompañado del crujir de las tuberías oxidadas, de aquel viejo edificio.
Se metió en la ducha, el agua recorría su cuerpo como una suave caricia. Agarró la vieja esponja, dura y áspera ya del uso que se le había dado, comenzó a frotar su cuerpo con fuerza, desesperadamente, hasta despellejarse y enrojecer su piel. Se sentía sucia y quería borrar todo rastro de su cuerpo de lo ocurrido anoche, creía que si se limpiaba lo suficiente quizás también podía limpiar el recuerdo de la traumática noche. Se agachó, se volvió a acurrucar y lloró. Esta vez lloró con fuerzas, ahora que su padre no la podía escuchar, chillo y gritó hasta calmarse, hasta que su llanto desgarró su garganta, a pesar de que el trauma de la violación seguía latente en su mente y corazón.
Al salir de la ducha, se secó, limpió con la toalla el espejo empañado por el vapor y miró su rostro. Sus ojos estaban amoratados, sus ojeras eran tumbas de cauces  secos donde mueren las lágrimas.
Era solo la sombra de lo que alguna vez fue. Su rostro antes feliz ahora solo era una mueca macabra de una chica muerta por dentro.
Se sentó en la tapa del váter, comenzó a recordar una época pasada que sabía que nunca volvería.
Recordó aquella mañana de primavera, su madre aún vivía, su padre sin haberle mostrado nunca demasiado afecto no la miraba con desprecio como ahora lo hacía.
Paseaban por un parque, le compraron algodón dulce, ella reía, era feliz.
Mientras sus padres estaban sentados en un banco de aquel parque, tonteando como adolescentes, ella jugaba en los columpios. Recordó que el algodón de azúcar cayó al suelo, se sintió triste y fue corriendo a sus padres llorando.
Su madre trataba de calmarla y le decía que mañana le comprarían dos, por si uno se le volvía a  caer.
Sasha sonreía. ¿Cómo no hacerlo? Si la sonrisa de su madre era contagiosa y cálida como el calor de una tarde de primavera, y volvió felizmente a jugar a los columpios.
La tarde caía y cuando el sol se puso y las farolas se encendieron, su madre la llamó para volver a casa.
—Pero, mamá… Yo quiero jugar más, hice amigos nuevos —decía la pequeña y tierna Sasha, señalando a un grupo de chicas de su edad.
—Tranquila cielo, mañana volveremos te lo prometo —le dijo su madre.
Sasha asintió, se despidió de aquellos nuevos amigos con la mano.
De vuelta a su casa, mientras subían las escaleras del piso, Sasha tropezó y se cayó de bruces haciéndose daño en la rodilla.
Comenzó a llorar, pero su madre la cogió en brazos y la metió dentro de casa, la llevó a la cocina y sentándola en una silla le preparó una infusión.
Mientras Sasha se bebía, ella la acariciaba. Trató la rodilla con un poco de agua oxigenada y una tirita, luego la acostó y le dio un beso de buenas noches en la frente.
Sasha no pudo evitar esbozar un intento de sonrisa ante aquel feliz recuerdo.
Salió del baño y se vistió con lo primero que encontró en su armario, unos viejos vaqueros, una camiseta de mangas cortas blanca y unos tenis estropeados.
Buscó en uno de los cajones del armario unas bragas y se las puso, ni se molestó en ponerse el sujetador, rara vez lo hacía si estaba sola en su casa.
Tras vestirse del todo se dirigió a la cocina para desayunar, iba a prepararse un café, pero al abrir el armario de la cocina vio aquella infusión que su madre le hacía para calmar el dolor y el llanto. Preparó la infusión, se sentó en la misma silla en la que la sentaba su madre y bebió en silencio.
Miró el reloj que colgaba ladeado de la pared de la cocina, eran las once de la mañana, en unas tres horas su padre volvería para comer y por su bien sería mejor que dejase la comida lista.
Rebuscó por la cocina algo de comer, pero no había nada. Su padre no traía nada de dinero a casa desde hacía más de dos semanas, necesitaba hacer la comida si no quería recibir otra paliza.
De forma que Sasha se dirigió a su cuarto, abrió el último cajón de la mesita de noche, hacía tiempo le había puesto un doble fondo para guardar cosas privadas y algo de dinero. Cogió un poco de su dinero ahorrado y salió a hacer la compra.
Se dirigió a la puerta del ascensor y leyó un cartel escrito en mayúsculas sobre un papel blanco pegado a la misma, “AVERIADO” rezaba aquel cartel, Sasha resopló con cansancio y comenzó a bajar las escaleras.
La verdad es que bajar seis pisos por las escaleras teniendo todos los músculos tan agarrotados como los tenía ella después de la noche que pasó no le apetecía mucho.
Sasha estaba como ida, ni siquiera pensaba en lo ocurrido anoche, es como si su mente se hubiese cerrado para que no se derrumbara.
Tras doce tramos de escaleras llegó al portal del edificio, una anciana trataba de cargar unas bolsas en una mano mientras con la otra intentaba abrir la puerta.
Sasha abrió la puerta.
—Muchas gracias, jovencita —dijo la anciana con una tierna sonrisa. —Menos mal que aún quedan jóvenes educados hoy en día.
Sasha evitó mirar a la anciana a los ojos, murmuró un inaudible “de nada” y se fue a paso ligero.
Llegó hasta la parada de bus y ahí de pie esperó a que llegara para dirigirse al centro comercial para comprar.
El autobús se retrasaba, algo común en aquella ciudad.
Un hombre se le acercó por la espalda y le dio un toque en el hombro para que se girase.
Era un hombre bastante grande y corpulento, tenía una mirada amable y estaba acompañado por una mujer, que debía ser su esposa, y por un niño de unos ocho años, que debía ser su hijo.
—Disculpa, no somos de aquí ¿sabes? Y mi mujer cree…—la mujer carraspeó exageradamente para hacerse notar. — Perdón, creo haberme equivocado y nos hemos perdido. ¿Podrías indicarme cómo llegar a la calle Palacios?
—Sí, claro, no tiene perdida—dijo Sasha sonriendo amablemente y señalando en una dirección.
De pronto se paralizó, quizás fue el olor a sudor que desprendía aquel hombre, quizás el parecido con su padre, pero de pronto la vista se le nubló, cayó de rodillas y empezó a gritar y a llorar tirándose del pelo, las imágenes de lo ocurrido anoche volvieron a su mente de golpe, el miedo la había invadido y no se podía controlar.
—¡Ay Dios! Chica ¿Qué te ocurre? —el hombre se agachó, zarandeándola de los hombros tratando de traerla de vuelta mientras le gritaba a su mujer.— ¡María llama a una ambulancia, a esta chica le pasa algo! ¡Joder, date prisa!
—¡Ya voy! ¡No me pongas más nerviosa!— le gritó la mujer mientras intentaba llamar a emergencias.
La sirena de la ambulancia se escuchaba al fondo, como un llanto moribundo. Al poco se asomaron por la esquina de la calle las luces, una predicción de algún infortunio. La gente sabía nada más verlas que algo no marchaba bien.
Sasha estaba inconsciente en el suelo, un corro de curiosos la rodeaban.
Los paramédicos la montaron en la camilla y se la llevaron en la ambulancia, siempre acompañado del llanto de su sirena.

Bienvenidos a Codex Atramentum

Este blog lo voy a dedicar a una de mis pasiones, escribir.

Actualmente estoy escribiendo una novela, "La Caída de Atlántida", una historia de ciencia ficción. Pero no es eso de lo que vengo a hablar ahora, mi objetivo con este blog es ir publicando capítulos de mis otras novelas ya escritas pero que nunca me atreví a intentar publicar (todo lo contrario al caso de la novela que estoy actualmente escribiendo que si voy a intentar publicarla) y como es una pena dejarlas en el olvido pensé que seria una buena idea compartirlas con el mundo mediante un blog.
Claro que no la pondré toda de golpe, seria mucha cantidad y probablemente nadie lo leería por su densidad.

Lo que haré es subir periódicamente un capítulo de una de mis novelas, cuando acabe con una empezaré a publicar en el blog la siguiente y así sucesivamente hasta que suba todas, entonces quizás escriba historias siguiendo el mismo método pero de manera exclusiva para el blog. Es decir, novelas escritas para ser publicadas aquí. Pero no nos apresuremos, todo se verá en su debido momento.
Con respecto a la periodicidad por ahora sera semanalmente ya que los capítulos están escritos.

Y abrimos la veda con la primera novela que escribí: "Las Lágrimas de Sasha"
Esta historia nos relata las historia de una jovencita que descubre por las malas que la vida es muy puta y nunca mejor dicho pues ese acaba siendo su oficio. Tras ser violada y vendida por su padre a un prostíbulo ilegal, ella vive la mayor parte de su vida en condiciones terribles y de sexo forzado, si bien es cierto que tiene amistades con otras prostitutas ella necesita escapar, pero... ¿Lo conseguirá?