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domingo, 25 de marzo de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Siete


La vida de la familia Caputto era más complicada de lo que parecía a simple vista, a pesar de estar siempre sonriendo, de ser felices porque estaban juntos, tenían problemas financieras. Había meses que lo sobrellevaban, meses que no tenían ni para una barra de pan. Las cartas de aviso de desahucio por parte del banco eran casi constantes.
La pequeña Christina eso era algo que aún no alcanzaba a comprender, tampoco comprendía porque su hermano se pasaba todas las noches fueras ni porque su padre siempre estaba bebiendo. ¿No eran felices? Ella sí lo era, estaba mamá, papá, su hermano mayor siempre tan divertido y ella. Eran una familia feliz ¿No?
Pero cada día, cada semana, cada año que iba pasando hacía que Christina fuera menos feliz. Se empezaba a dar cuenta de que su familia se iba a romper. Su hermano se pasaba las noches fuera de casa vestido de mujer jugando en casinos, o eso decían las vecinas. Su padre no paraba de beber y discutía con su madre, se peleaban, se gritaban y todas las discusiones las terminaba su padre dándole una torta a su madre en pleno rostro… en el mejor de los casos.
No eran felices. Ya no eran una familia feliz.
La casa donde vivían no era gran cosa, se podía comparar con poco más que un cuchitril destartalado. La cocina y el salón eran la misma habitación, solo había un baño que siempre se estaba estropeando, una habitación para sus padres y otra que compartía con su hermano. Ella siempre lo llamaba hogar. Su hogar. Su lugar en este caótico mundo.
Christina estaba asomada a la ventana de su cuarto, el sol se estaba poniendo y las hojas de los arboles caían de sus ramas hasta posarse en el suelo. Oyó como sus padres estaban hablando en su cuarto, esta vez no había gritos, pero si un leve llanto de su madre y la voz ronca de su padre tratando de calmarla. Ella pego el odio a la pared para tratar de escuchar mejor y la conversación que escuchó cambió su forma de pensar, para siempre.


—…ese puto cabrón…—decía su padre
—¿Cómo nos ha podido hacer esto?—lloraba su madre
—No solo se dedica a ir vestido de mujer apostando lo poco que gana en el supermercado, encima ahora nos hace esto…joder
—¿Qué hicimos mal…?
—Tenerlo, nunca debimos haberlo tenido. ¡Ese cabrón se ha llevado todo nuestro dinero y lo que ha ganado apostando se lo va a gastar en una operación! ¿Sabes qué significa eso?
—Si…
—No tenemos nada, María, na—da. Estamos sin un puto duro, las facturas se nos acumulan y el banco nos va a quitar la casa

Christina apartó el odio de la pared, ya había escuchado bastante. Su hermano les había traicionado. Había gastado todo el dinero, y ahora no tenían nada.
Se tumbó en la cama hasta dormirse escuchando el llanto de su madre y los insultos de su padre. Tenía razón, su hermano era un traidor.
Su hermano no apareció en los siguientes días, los rumores decían que le debía dinero a la mafia y había huido. El tema de la mafia era algo muy común en su ciudad, la policía estaba comprada por ellos y hacían lo que querían y cuando querían. Extorsión, apuestas ilegales, secuestro, trata de personas, prostitución… asesinato.
El tema económico iba cada vez peor en la familia, no entraba dinero en casa, casi no tenían para comer, pagaban las deudas a duras penas. Sus padres no paraban de discutir, su madre cada vez tenía más golpes en la cara, su padre cada vez bebía más y Christina no podía hacer otra cosa que observar como su familia se hundía todo por culpa de él… todo por culpa de su hermano.
No, ya no tenía hermano.
Para ella su hermano estaba muerto.
El sumun del desastre familiar fue aquel día que un vecino les dijo a sus padres que su hijo se había puesto pechos y trabajaba en un burdel de la zona. Eso hizo que sus padres tocaron fondo, todo su mundo se le hundía ante sus propios ojos.
Los meses pasaron y la condición de la familia no mejoraba, hasta que una tarde de invierno, cuando Christina llegó del colegió acompañada por su madre, encontraron a su padre muerto. Colgado del cuello por un cinturón enganchado en la puerta del armario y un charco de sangre bajo sus pies, la policía dijo que en el intento de asfixiarse se clavó la hebilla del cinturón con tanta fuerza que le atravesó el cuello, haciendo una fisura en una artería que provocó que se desangrase hasta morir.
Su madre lloró la pérdida durante meses, y finalmente las condiciones que la asolaban provocaron que le pidiera dinero a un prestamista. Durante unos meses pudieron vivir bien, podían comer todos los días y pagar las deudas.
Pero el día que tuvieron que devolverle el dinero al prestamista todo volvió a desmoronarse, la resolución final de aquella situación tan compleja fue muy sencilla.
Christina con doce años, trabajando en un puticlub para la mafia y que no le partiesen las piernas a su madre. Se suponía que no debía pasar allí mucho tiempo, pero la mafia no es una entidad de al que uno deba fiarse. Ese poco tiempo se trasformaron en meses, esos meses en años hasta que Christina cansada de la situación planeó la manera de escapar de allí.
Su única manera de escapar era llamando la atención de todos.
Provocar un incendio.
Eso activaría la alarma del local y las puertas de emergencia se abrirían.
Pero no era suficiente, una vez escapase de allí necesitaba dinero, ella y su madre tenían que huir. Christina sabía dónde guardaban el dinero, así que no tardó mucho en decidirse a llevar a cabo el plan.
Guardo un cuchillo de la cocina en su habitación y varias botellas de aguardiente irlandés, altamente inflamable.
Una noche, en su turno libre se dirigió a los baños, lleno las papeleras de papel higiénico y su “ropa de trabajo”, vertió en ellas todas las botellas de alcohol y les prendió fuego.
Corrió a más no poder hasta el despacho del jefe, la alarma de incendios no tardó mucho en encenderse. Entonces, tal y como ella supuso, el jefe se dedicó a sacar todo el dinero de la caja fuerte para salvar sus ganancias. Los guardaespaldas trajeados habían bajado para controlar la situación en el local.
Christina se acercó sin hacer ruido hacia el jefe, de espaldas a ella. Respiro hondo… y hundió repetidas veces el cuchillo de cocina en la espalda de aquel corpulento hombre. Mientras el gritaba de dolor tirado en el suelo, tratando de agarrar el cuchillo que aún estaba calvado en su espalda, Christina cogió todo el dinero y escapo de allí.
Corrió. Corrió hasta que el dolor de las piernas fue insoportable, hasta que noto como le ardían y entonces paró para descansar un poco. Llamó a un taxi y le pidió que le llevase a su casa.
Bendita suerte la suya, su madre salía por el portal de su casa justo cuando ella llegó. Le hizo unas señas para que se subiera al coche, y así lo hizo.

—Pero Christina… ¿Qué demonios haces aquí? –preguntó su madre, claramente asustada.
—Me escapé mamá, y ahora tenemos que huir. Escapar de la ciudad. Tengo dinero.
—Christina…
—Jefe, a donde nos puede llevar con todo esto— mostrándole la bolsa de dinero
—¡A donde ustedes quieran!
—Llévenos lo más lejos que pueda.
—Entendido
El viaje duro más de ocho horas, pero finalmente llegaron a una ciudad nueva.
Durante un tiempo estuvieron viviendo bien, pero su felicidad no duró mucho. La mafia acabó por encontrarlas, a la fuerza se llevaron a Christina a su nuevo destino donde conocería a Sasha.

domingo, 18 de marzo de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Seis


Las chicas nuevas habían llegado al burdel, Sasha debía encargarse de ellas. Esmeralda había estado deprimida desde que se enteró que su hermana había sido secuestrada y la iban a traer a aquel prostíbulo.
Llamaron a la puerta de la habitación de Sasha. Era uno de los hombres de Giovanni, acompañado de dos chicas.
Una era rubia, de ojos verdes, algo rellenita y apenas tenía doce años.
La otra era más alta, morena, pelo rizado, delgada y de unos diecisiete que debía ser la hermana de Esmeralda.
Ambas tenían los ojos enrojecidos de haber llorado y estaban temblando del miedo. La chica rubia tenía el labio hinchado de haber recibido varios golpes. Y probablemente debajo de sus camisones blancos ambas tendrían todo un concierto de cardenales y heridas.
A Sasha se le encogió el corazón al verlas. Le recordaban a ella cuando llegó, asustada, sin conocer a nadie, temerosa de que la fueran a golpear hasta matarla.

—Estas son las chicas nuevas, Sasha —dijo el hombre—. La rubia creo que es ucraniana o algo así, no sé qué idioma habla. Y la morena si habla nuestro idioma.
—Está bien. Ya me encargo yo a partir de aquí. Gracias… tú.
Aquel tipo le dirigió una mirada desafiante, pero finalmente empujó a ambas chicas dentro de la habitación y cerró la puerta tras de sí.
Sasha observó a las chicas.
Primero se dirigió a la chica rubia.
—Hola amiga, ¿Cómo te llamas?–Sasha le hablaba con una sonrisa, pero la chica no parecía entenderla.
—Nie rozumiem… —es lo único que alcanzaba a decir con lágrimas en los ojos.
—Habla polaco —interrumpió la que debía ser la hermana de Esmeralda.
—¿Tu cómo te llamas? ¿Sabes hablar polaco? –preguntó Sasha
—Christina. Y no, no se hablar polaco… Pero escuche a otro hombre decir que eso era lo que hablaba… nos tenían encerradas a nosotras dos y a cuatro chicas más en una especie de zulo.
—Tu eres la hermana de Esme entonces…
—Yo no tengo hermanos… —musitó Christina mirando hacia otro lado.
Sasha se pudo imaginar ya lo que pasaba, y no le gustaba mucho la situación. Le ofreció la mano a la chica polaca y la llevo con una de las chicas extranjeras, con suerte hablarían el mismo idioma. Una vez que la dejó en la habitación y volvió a la suya se centró en Christina.
Estaba claro que tener un hermano mayor transexual que trabajaba en un puticlub no era una idea que le entusiasmase a aquella chiquilla.
Debía intentar solucionar el problema de Esme, debían hablar.
—Bueno Christina… ¿Puedes quitarte el camisón?
—¿Para qué?
—Mi trabajo durante esta semana va a ser examinarte y enseñarte cual será tu trabajo a partir de ahora…
—Está bien…—dijo mientras se desvestía
Su cuerpo moreno estaba lleno de cardenales, varias cicatrices y estaba extremadamente delgada. Las costillas se le marcaban, los huesos de la cadera también y casi no tenía pechos.
—Sí que te han tratado mal…
—Tu nombre es Sasha ¿verdad?
—Si
—Mira… No hace falta que me enseñes a como trabajar… no es la primera vez que estoy en un puticlub.
confesó aquella chiquilla para sorpresa y espanto de Sasha—. Ya antes había estado en uno, con once años… Conseguí escaparme hará dos años, pero esa mafia me volvió a atrapar y me han traído a otro jodido puticlub en una ciudad que ni siquiera conozco.
—Veo que has tenido una vida dura…
—Es la que me ha tocado vivir.
—En cuanto a lo de tu hermano…
—Ya te he dicho que no tengo hermanos. Ya no. –sentenció Christina.
—Bueno… ¿Y piensas escaparte de aquí también?
—Tengo que pensar la manera… Pero si, me voy a escapar. Aunque claro… necesitaría ayuda. Y no conozco a nadie aquí aun. Excepto a ti, Sasha. ¿Te escaparías conmigo? ¿Me ayudarías?
—No quiero que me maten… Es mejor que te vayas a tu habitación, estoy cansada… —Sasha se puso muy nerviosa ante la idea de escaparse de allí, no sabía que decirle ni cómo reaccionar.
—Pero ni siquiera sé cuál es mi habitación… —musitó Christina algo decepcionada, sabía que sin ayuda jamás saldría de aquel lugar.
Sasha se tumbó en su cama agotada, todo le daba vueltas. Tenía demasiadas cosas en la cabeza y la idea de escapar de allí era tan tentadora… Estaba ahí, rozando sus dedos, ya no era un sueño… Ahora esa idea podría hacerse realidad, Christina ya lo consiguió una vez. Si solo tuviera un poco más de coraje… Si solo fuese capaz de levantar la mirada por una vez y creer en sí misma, cambiaría su mundo entero.
Al día siguiente, después de ducharse y ponerse lencería seductora bajo sus ropas sencillas (nunca se sabía cuándo podía el jefe cambiar de opinión y mandarla a trabajar, sobre todo cuando se enterase que su “pupila” ya sabía de sobra lo que tenía que hacer) se dirigió a la habitación de Esmeralda y abrió la puerta. El travesti se encontraba en el baño, cuando Sasha entró, depilándose. Ella se sentó en la cama tras avisarle de que estaba ahí.
Esmeralda salió del baño vestido solo con un albornoz.

Tengo que contarte algo, Sasha…
—Es sobre tu hermana, ¿verdad?
—Si… ya lo habrás notado… Pero me odia. Para ella estoy muerto –a Sasha le sorprendió que Esme hablase de sí mismo en masculino ya que nunca lo hacía— Mi familia siempre ha sido… complicada. Cuando me cambie de sexo mi familia renegó de mí. Y encima después de perder todo mi dinero, una mafia me pego una paliza y me metieron en un puticlub antes de este.
Allí pasé varios años, y un día un conocido me vio allí… Toda mi familia se enteró que no solo me había cambiado de sexo además se enteraron por las malas que era una puta. Eso fue lo necesario para que me odiasen… Luego lo último que supe de ellos es que mi padre se había suicidado y que mi familia no tenía nada de dinero, y ahora veo hasta qué punto ha llegado que hasta mi hermana está aquí… secuestrada y vendida. Sasha… mi hermana me odia a muerte…
—No te preocupes Esme… encontraremos una solución... –intento animarla Sasha

Esmeralda se fue a su cuarto llorando y se encerró en él por varias horas.
Sasha preguntó si alguien sabía dónde estaba Christina, la nueva. Cuando encontró su habitación se quedó de pie, parada frente a la puerta, sin saber qué hacer, que decir, que pensar… Estaba paralizada.
Finalmente se armó de valor y golpeo la puerta con los nudillos. Escuchó como Christina decía que entrase y así lo hizo.

—Ah, eres tú. ¿Qué quieres?
—Hola Christina… Venia hablarte de tu hermano
—¿Otra vez con eso? Ya te he dicho que no tengo hermanos.
—Si lo tienes… Y no puedes odiarle por haber cambiado de sexo, él se siente así. Tienes que respetarlo.
—¿Eso te ha contado? ¿Sabes por qué no tengo hermano? ¿Sabes por qué realmente le odio? Ese imbécil se gastaba todo el dinero jugando, se lo gasto en la operación, cuando mi familia prácticamente no tenía para comer. Entre él y el borracho de mi padre acabamos en la ruina. Tuvimos que pedirle dinero a gente peligrosa, y al final acabé de puta por su culpa. Estoy aquí por su culpa. Yo no tengo hermano, para mí está muerto.
—Pero no puedes pensar así… Seguro que tu hermano no lo hizo con mala intención. Tu hermano te quiere, no podemos elegir a nuestra familia… Pero podemos elegir perdonar sus errores.
—¿Perdonar? Es un jodido cobarde y un inútil. Lo siento Sasha, pero tienes que marcharte. Ahora tengo que trabajar con un tipejo, y hasta que venga tengo que planear como escaparme.

Sasha se dirigió a la puerta, antes de llegar a abrirla se giró para decirle una vez más que perdonase a su hermano. Y vio como sacaba un cuaderno de debajo del colchón. Decidió dejar esa conversación para otro día, tenía que convencerla de que hicieran las paces.
Fue a buscar a Esmeralda, pero esta vez llamó a la puerta antes de entrar. No quería más sorpresas desagradables por hoy.
Le contó todo lo que le había dicho Christina. Y Esmeralda solo pudo agachar la mirada sin decir nada, su rostro reflejaba culpabilidad.

—Tiene razón… —logró decir Esmeralda al final— Soy una inútil… Vendí a mi familia. Es mi culpa que ella este aquí…
—No digas eso Esme… Estoy segura de que acabareis haciendo las paces. Y cuando llegue el momento le darás un beso en la frente y recordaras que yo te dije que lo lograrías.
—Muchas gracias Sasha… Eres una gran persona y mejor amiga… —Esmeralda se levantó de la cama y la abrazó con fuerza.
—No es nada, Esme… —Sasha le correspondió el abrazo.

A veces, todo lo que necesita una persona para levantarse es un abrazo. A veces no necesitamos grandes discursos para consolarnos, ni grandes gestos de afecto… A veces solo necesitamos eso, una acción simple, sencilla, concisa.
Un breve instante de paz.
A veces, eso es todo lo que necesitamos.
Durante los días siguientes Sasha pudo ver a aquel chico rarito, David. Rondando por el prostíbulo, no dejaban que se acercara a ella pero no dejaba de mirarla.
“Debería darle una oportunidad para disculparse” –pensaba Sasha
Un día decidió que se merecía una oportunidad de explicarse, lo vio sentado en la barra del local tomando una cerveza y se acercó a él.

—¿Puedo sentarme a tu lado? –le preguntó amablemente
—Eh… e—esto, no se… yo… —el chico solo tartamudeaba y se trababa
—No te preocupes… Respecto a lo del otro día, lo siento. No fue nada profesional…
—No… Yo tampoco me comporte como debía. Además… sé de sobra que estas aquí contra tu voluntad… —dijo casi susurrando, mirando alrededor con nerviosismo.
—Bueno… Eso es cierto, creo que todas aquí están contra su voluntad.
—¿Y por qué no os escapáis?
—No se… supongo que no tenemos valor suficiente… No es tan sencillo. Y si escapáramos nos cogerían y nos matarían… o algo peor.
—¿Algo peor?
—Bueno… si, es lo que siempre me está diciendo uno de los hombres del jefe. Me imagino que si nos escapamos nos torturaran para que no volvamos a intentarlo… Nos tratan como a animales. Es triste que estemos aquí en estas condiciones… y que nadie nos quiera ayudar. Pero claro… ¿Quién nos va a querer ayudar cuando no nos ayudamos ni nosotros mismas?
—Ojala pudiera hacer algo por vosotras…
—Ojala… —dijo Sasha pensativa
—Oye… Si quieres, podría pasarme por aquí de vez en cuando. Y sabes para charlar y tal. Mira… coge esto –dijo ofreciéndole una tarjeta— Cuando necesites hablar conmigo, llámame. Estoy disponible casi a diario.
—Vale…—dijo Sasha aceptando la tarjeta algo ruborizada— Por cierto, ¿a qué te dedicas?
—Soy contable en una empresa de mierda.
—Vaya… que mal…
—¿Por qué?
—No sé, pensé que si fueras abogado, o… no se algo importante quizás si pudieras ayudarnos…
—Gracias por recordarme que no soy nada importante… —bromeó David
—¡Ay! No quería decir eso… Lo siento.
—No pasa nada, tranquila.
—Es curioso…
—¿El qué?
—Ya no tartamudeas.
—Bueno… tarde o temprano el alcohol hace su efecto… —se levantó tambaleándose un poco y se dirigió a la puerta.
Sasha observó como aquel chico alejarse, y por un leve momento sintió una sacudida en el corazón que le hizo sentir extrañamente contenta. No comprendía muy bien que le acababa de ocurrir y se dirigió a su habitación.
Estaba tumbada en la cama, cuando alguien llamó a la puerta y entró, era Jack.
Hola, Jack, ¿Qué tal el día?
Pues muy estresante, la puerta del baño de la planta baja se atasca y no he sido capaz de arreglarlo aun. ¿Y a ti que tal?
Pues me ha pasado algo muy extraño antes… Estaba mirando a un chico y sentí una sensación muy extraña en el pecho por un momento
Sasha… Jack la miró muy serio Nunca te enamores.
─¿Qué? ¿Por qué dices eso?
Esta mal que tú te enamores… solo sufrirás y lo pasaras mal. Bueno, voy a seguir con la puerta del baño, buenas noches. Jack no dejó que Sasha le respondiese nada y se marchó.

domingo, 11 de marzo de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Cinco

Algún día, encontraré un ángel se decía a si mismo David, en un vano intento de mantener la esperanza por encontrar el amor de su vida.
David era un joven de veintisiete años, formal, complaciente, tímido, cobarde, sumiso, poco sociable… se sentía como alguien más del montón. Uno más del rebaño.
Vivía solo en un apartamento pequeño. Contaba solo con una habitación, un baño, una cocina y un pequeño salón. No tenía muchos muebles ni decoración, su casa era un reflejo de su personalidad: Simple, minimalista y vacía.
Trabajaba como contable en una pequeña empresa de neumáticos, no eran más de cuatrocientos trabajadores. El sueldo era aceptable, no era para tirar cohetes pero le daba para vivir y pagar cómodamente su casa.
David no tenía amigos ni novia, su familia lo había dejado de lado hace muchos años, excepto alguna esporádica llamada de su madre en Navidades o por su cumpleaños.
Siempre trataba de entablar conversación, de caer bien, de conseguir algún amigo. Pero la gente lo apartaba de su lado siempre, de una manera u otra siempre acababa solo.
A su edad aún era virgen, nadie lo sabía. Realmente nadie sabía nada de él, nadie se interesaba por conocerle. Pero aun así él lo ocultaba, era su secreto, y sentía vergüenza de admitirlo.
6:45 a.m.
Sonaba una canción en el móvil a modo de despertador. Despertar con Sweet Dreams de Marilyn Manson, lo animaba de alguna manera. Una canción oscura para una persona lúgubre.
A David le gustaba la música de ese estilo. La música le ayudaba a desconectar, no pensar, no temer y avanzar en su rutina diaria, como un autómata, sin pensar en el próximo paso.
Apagó el despertador del móvil, el silencio inundó la casa.
Se dirigió a la cocina, encendió la cafetera eléctrica y comenzó a tostar unas rebanadas de pan.
Mientras se iba preparando el desayuno se dirigió al salón, encendió el equipo de música y dejo que su lista de reproducción particular sonara.
El suave borboteo de la cafetera y el olor a pan tostado le indico que el desayuno estaba listo. Fue a la cocina, le echó leche al café. Y mantequilla y mermelada de arándanos a la tostada.
Desayunó mientras la música fluía por toda la casa hasta sus oídos. Le gustaba esa tranquilidad matinal, ese momento de paz.
Se dirigió al cuarto de baño, se quitó el pijama de color celeste y los calzoncillos dejándolos en un cesto donde estaba toda la ropa sucia.
Mientras se duchaba pensaba en lo largo que iba a ser el día de hoy.
Lunes.
Con diferencia el día más largo de la semana.
Salió de la ducha, se vistió con una camisa blanca, corbata negra, pantalones de pinza y su único par de zapatos. Apagó el equipo de música, comprobó que todo estaba en orden. Las ventanas cerradas, el termo apagado y los platos en el fregadero. Cerró la puerta de su casa con llave al salir.
Se dirigió a la estación de metro, estaba tan concurrida como de costumbre.
Ahí de pie rodeado de desconocidos miró el reloj.
Un hombre de avanzada edad pedía una limosna sentado en el suelo de la estación, en su cara se notaba el hambre, en sus ropas la pobreza y en sus ojos una tristeza desoladora. Un huesudo chucho, viejo y lastimero lo usaba de almohada.
Los ojos de David y del mendigo se cruzaron por un breve instante, el mendigo alzo la mano mientras mostraba una desdentada sonrisa. David no lo pudo evitar y le dio al mendigo algo de dinero.
7:05
Tenía apenas veinte minutos para llegar a la oficina. Pero como de costumbre llego a tiempo, bueno quizás unos minutos más tarde, pero nadie se iba a percatar de su ausencia de todos modos.
A pesar de ser lunes, el día más largo de la semana, llegó a ser un día especial.
Sara, una compañera del trabajo, se fijó en él. Nunca se había percatado de su presencia, pero parecía que hoy si, y a David eso no le pasó desapercibido, notaba su mirada clavada en su nuca.
Sara no era una mujer muy agradable, era una persona gruesa, poco agraciado y el constante desprecio que portaba en su mirada no mejoraba la primera impresión que se obtenía de ella. Aun así era la única mujer que se había fijado en David desde que estaba trabajando en aquella empresa desde hacía más de 4 años.
Al terminar la jornada Sara se acercó a la mesa de David, se quedó parada frente a él, mirándose a los ojos en silencio durante un rato que fue para David, cuanto menos, muy incómodo.

—Oye, flacucho ¿Cómo te llamas tú? —dijo Sara con un acento cerrado, haciendo evidente su origen rural. Era una mujer de pueblo.
—Yo… soy David —se presentó tímidamente el joven.
—Yo soy Sara, ¿te apetece ir a tomar algo esta noche?
—Esto… claro, podría estar bien… —la actitud tan directa de aquella mujer abrumó a David.
—¿Sabes cuál es el garito que hace esquina en la calle Eneldo?
—Sí, he pasado por allí alguna vez
—Pues a las once nos vemos en la barra flacucho, no llegues tarde que te doy de ostias ¿eh? —bromeó Sara guiñándole un ojo.
—No, no… no llegaré tarde.
respondió David esbozando una forzada sonrisa.

Las horas transcurrieron lentamente, las manecillas del reloj perezosas parecían moverse solo cuando no eran observadas. David pasó la tarde viendo películas antiguas de bandidos y pistoleros, le atraían las películas del oeste, a pesar de que ya no estuviesen de moda. Vestido solo con una vieja bata gris de cuadros verdes, unos calzoncillos y unas zapatillas grises de andar por casa.
Se acercaba la hora de prepararse. David volvió a ducharse, se vistió con una camiseta más informal, unos vaqueros y su único par de zapatos. Había pasado por aquel local alguna que otra vez y tenía un ambiente relajado, con luz tenue y apestando a tabaco. La gente allí ni siquiera hablaba muy alto, se lo tomaban con calma.
Llego al lugar acordado un poco antes de lo previsto, se pidió una cerveza y la bebió lentamente, haciendo tiempo mientras esperaba. Cuando estaba a punto de terminársela se sentó a su lado Sara, su compañera de trabajo.

—Lo siento flaco, he llegado un poco tarde –se disculpó Sara— Bueno, ¿Qué tal estas? ¿Qué te cuentas?
—Pues no mucho la verdad… ha sido un día aburrido en la oficina y tal…
—El mío no ha ido mucho mejor no te creas eh… He estado una hora tratando con una señora que no paraba de llamar equivocándose. Y encima ese idiota de Menguiano no paraba de salir cada dos por tres a fumar y ha dejado un montón de informes pendientes, y ¿a quién le va a tocar hacerlos? A mí, como no.
—Pues sí que has tenido un día jodido…
—No lo sabes tú bien flacucho… no lo sabes tú bien…

Pasaron la noche bebiendo y charlando, el ambiente y la música eran agradables, exceptuando la densa nube de tabaco que asfixiaba a David y que Sara ayudaba a aumentar fumándose un cigarrillo cada dos cervezas.
El alcohol empezó a hacer efecto y llego el momento de las confesiones.
Sara le confesó que le atraían más las mujeres que los hombres y que, de ver a David siempre solo, se le ocurrió que podían quedar para charlar y beber.
David acabó por confesarle a Sara su secreto tan celosamente guardado. Y se arrepintió enormemente de haberlo hecho al poco tiempo.

—Entonces… tienes veintisiete años… y aun eres virgen.
—Si…
—No eres muy agraciado, es verdad, pero no se…
—Lo se… Y no se lo cuentes a nadie por favor, me da muchísima vergüenza
—Ya, ya te entiendo… Pero seguro que no es tan raro, debe haber más hombres de tu edad e incluso mayores que aun sean vírgenes. Sinceramente no creo que debas tratarlo como un tema tabú. A cada uno le llega su momento cuando le debe llegar. Pero es verdad que los hombres le dais mucha importancia a ese tema… Demasiada quizás. ¿Crees que tu virilidad depende de donde hayas metido el rabo? ¡Venga ya! Si eres un hombre afronta tus miedos de frente, no tengas miedo a que se burlen de ti. Y si tantas ganas tienes de mojar el churro… ¡Pues te vas de putas!
—Ya… Quizás no sea mala idea…
Venga anímate flacucho. Que yo invito a la siguiente ronda trató de animarle Sara mientras le agarraba con el brazo del cuello.

La noche acabó, y ambos se fueron a sus casas. A David le costó un poco conciliar el sueño, su secreto había sido revelado, ya no era secreto. Y a pesar de que pueda ser una tontería ser virgen a su edad, para él era algo muy importante y vergonzoso.
Quizás de tener una mente más abierta podría haber sobrellevado ese tema sin problemas y sin avergonzarse.
Al día siguiente volvió a la rutina, despertarse, levantarse, poner música, desayunar, ducharse, vestirse, coger el metro tan concurrido como siempre, llegar al trabajo sentarse en su mesa, mirar el reloj, suspirar y decirse para sí mismo “Quiero que acabe el día ya”
Aquel día era bastante raro, unos pocos compañeros de la oficina le miraban y se aguantaban la risa. El sospechaba que es lo que ocurría, pero no quería pensarlo ni creer que su secreto lo había ido contando Sara por todos lados. Debía ser otra cosa, debía tener una mancha en la cara, la camisa sin planchar, la bragueta abierta. Cualquier cosa menos eso.
Y sus temores se hicieron realidad cuando un par de compañeros se acercaron a su escritorio, con una pícara sonrisa dibujada en sus rostros. Al menos no se rían directamente de él a carcajada limpia.

—¿Qué pasa David? —saludó uno de ellos
—Nos hemos enterado de tu asuntillo ¿Sabes? —continuó el otro
—¿Quién os lo ha contado? ¿Ha sido Sara? —interrumpió David
—¿Qué? Para nada. Ha sido Oliveira, por lo visto te escucho hablar con Sara en el bar de la Cuarta y Media.
—Mierda… —masculló David
—Bueno al caso, que tenemos la solución a tus problemas David
—Eso, que no puede ser que a tu edad sigas sin haber mojado
—Toma, coge esto —dijo el primero ofreciéndole una tarjeta
—Es de un puticlub a las afueras de la ciudad, cerca del río. Las chicas son geniales, yo he ido muchas veces allí. Te recomiendo a una chica así alta, morenita… Esmeralda le dicen— le contaba el otro hombre conteniéndose la risa
—Gracias… supongo… —respondió David suspicaz

El día se le hizo eterno, solo quería llegar a su casa y tumbarse en el sofá a ver películas del viejo oeste.
Y finalmente cuando pudo tumbarse en su sofá comenzó a pensar que quizás lo de ir a un local de ambiente no sería tan mala idea después de todo, la mayoría de hombres lo hacían. Y a estas alturas no iba a esperar a una persona especial para perder la virginidad, sabía que nunca llegaría.
La cultura japonesa tiene la creencia de que todas las personas estamos conectados con nuestra alma gemela por un hilo rojo atado al dedo meñique que no podemos ver, un hilo que por mucho que se estire nunca se romperá.
¿Dónde estará el final de mi hilo rojo? Se preguntaba constantemente David.
Debía estar en la otra punta del planeta. O quizás quien este al otro lado se ahorcó con el hilo rojo para no tener que acabar acostándose con él.
Se pasó los siguientes días pensando en si debía ir o no al burdel que le habían recomendado, y finalmente el fin de semana decidió ir. Para entonces ya se había olvidado de la chica que le recomendaron los compañeros de trabajo. Sabía que era una piedra preciosa pero no alcanzaba a recordar cual.
Llego al local y entró. Pidió una prostituta durante media hora, se sentó en aquel sofá y vio entrar a las chicas pero no pudo dejar de mirar de reojo a una de ellas. Y cuando se presentó sabía que jamás olvidaría su nombre: Sasha.
Los nervios provocaron una eyaculación precoz, no duro ni diez minutos. Pero cuando Sasha  se encerró en el baño para limpiarse compulsivamente como siempre hacía, él se quedó allí.
David sabía que era su alma gemela, estaba totalmente enamorado de ella. Perdió brevemente la razón cuando forcejeo con ella y aquel enorme tipo lo sacó a rastras de allí.
Lo dejaron en una estancia de aquel local mientras le decían que se relajase un poco allí si no quería tener problemas. En la sala había una barra de bar con varias sillas altas de madera, tras la misma muchas botellas de distintos licores y un par de sofás de color rojo.
Se sentó en la mesa y le pidió al camarero un whisky. Se sentó en el sofá a beber del vaso con tranquilidad. Al rato, un hombre mayor algo extraño que estaba sentado en una de las sillas más alejadas, pidió una copa y se sentó junto a David.

—Estas chicas son buenas, si señor… Saben lo que hacen ¿Eh? Por cierto… Me llamo Javier –se presentó aquel viejo ebrio a David.
—Yo David, encantado –se estrecharon la mano—. Estas chicas… ¿Por qué están aquí? ¿Por qué no se van? La chica con la que he estado no parece que le agrade mucho su trabajo…
— ¿Cómo? ¿No lo sabes? —preguntó sorprendido aquel hombre—. David… ¿Puedo llamarte David, verdad? Estas chicas están aquí en contra de su voluntad, son mujeres secuestradas o vendidas a una mafia de tratas y han acabado aquí.
—¿Y nadie hace nada?
—¿Quién puede hacer algo contra Giovanni y su mafia? Todos saben quién manda aquí, y nadie quiere venir a joderle porque sabe que acabara muy mal parado. Controla a la mayoría de policías y jueces. Tiene contactos… Es un tipo peligroso. ¡Además con estas chicas puede hacer uno lo que se le antoje!
—Ya veo… Bueno ha sido un placer conocerle. Adiós –se despidió David y se marchó de aquel local.
—Nos vemos chico.
se despidió aquel viejo mientras seguía bebiendo

domingo, 4 de marzo de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Cuatro


Sasha despertó de golpe, sudando e hiperventilando aterrada, todo había sido un sueño. Recordó que hoy tocaba volver al trabajo, se ducho rápidamente, depilo todo su cuerpo y se vistió con lencería de color celeste. Sus tripas sonaron y recordó que ayer no llego a comer nada en todo el día, así que bajo a la cocina a por algo de almorzar, le dolía la cabeza terriblemente pero debía mantener la compostura ante los clientes.
De camino a la cocina se encontró con Esmeralda, leía una carta, con los ojos vidriosos. Al ver a Sasha llegar se secó rápidamente las lágrimas, recuperando la compostura
—Hola cariño, ¿Qué tal te has levantado? —la saludó forzando una sonrisa—. ¿Mucha resaca?
—Un poco si… —Sasha la miró por largo rato a los ojos, mientras seguía forzando la sonrisa —¿Por cuánto más piensas fingir que estas bien? Dime que te ocurre Esme…
—¿A mí? A mí no me pasa nada mi amor
—Esme…
—Tienes razón… —Esmeralda respiró hondo y se sinceró con su amiga—. Veras cariño… Es mi hermana pequeña, la han atrapado, es una de las chicas nuevas que te han encargado cuidar… Mis contactos me lo han confirmado, lleva ocho meses con esa jodida mafia de trata de mujeres y la traen aquí la semana que viene… Realmente no sé qué hacer
—No te preocupes Esme… hare que la traten bien, ya encontraremos una solución…
—Dios te oiga, amor… Dios te oiga —a Sasha le sorprendió que dijera una expresión así, será verdad que el ateo se vuelve creyente en los momentos difíciles.
Tras comer algo todas las chicas se reunieron en la sala de clientes de la primera planta, donde había un sofá de cuero blanco,  paredes pintadas de rojo y decoradas con fotografías de gran tamaño de la mayoría de ellas.
El cliente (o los clientes en algunos casos) se sentaba en el sofá y ellas debían desfilar delante de él, presentarse de alguna manera sensual y esperar a que el cliente las eligiese, después de decir que le costaba mucho decidirse solo por una ya que todas eran igual de bellas, y una larga retahíla de piropos vacíos y palabras huecas. Todo ese pequeño teatro estaba supervisado constantemente por uno de los hombres de Giovanni, generalmente apoyado en el marco de la puerta.
Pasó el día y solo aparecieron tres clientes, ninguno la eligió a ella para su fortuna. Hasta que a las siete de la tarde de aquel agradable día, apareció aquel chico.
Un chico tímido, bastante alto, muy delgado, casi esquelético, de pelo oscuro, grasiento, manos sudorosas. Vestido con vaqueros y una camisa verde.
Volvieron a desfilar las chicas, hicieron su presentación mientras aquel tembloroso muchacho de unos veinticinco años las miraba de reojo y susurraba un leve “encantado de conoceros”
Llegó el turno de Sasha.
—Hola cariño, me llamo Sasha, y puedo ser solo tuya —dijo mientras se lamia los labios y le guiñaba un ojo con picardía. Un número más que ensayado y repetido más de mil veces, y todos creían ser especiales.
Finalmente, tras un rato de silencio después de que todas se hubieran presentado, el joven señalo a Sasha y musitó alguna palabra como “la quiero a ella” o algo parecido.
Estaba claro que era un tipo rarito… y a Sasha le daba mala espina. Pero como siempre hacia, se dirigió al cliente con andares sensuales sonriéndole, le agarro de la mano y le apremió para subir a la habitación, fingiendo estar ansiosa.
Una vez allí, ella se tumbó en la cama y le hizo un gesto para que se acercara. El chico se sentó al borde de la cama, sin moverse casi.
—Bueno chico misterioso… ¿Cómo te llamas? —preguntó Sasha empezando a ponerse un poco nerviosa de que no hablara.
—M-me llamo… D-David —dijo mirando al suelo tartamudeando levemente.
—¿Estas nervioso, David? —preguntó Sasha acariciándole el brazo blanquecino del muchacho—. ¿Es tu primera vez en un burdel?
—Sí, nunca antes había estado con una…
—¿Con una puta?— inquirió Sasha alzando una ceja de manera despectiva
—¡No, no! Bueno sí. Pero me refería a que nunca antes había estado con una… mujer.
—Oh… Que tierno… Un virgen…—Sasha lo decía con una sonrisa forzada, odiaba a los vírgenes, ni siquiera sabían ponerse un condón—. Tranquilo corazón que te voy a tratar muy bien…
Sasha lo tumbó y comenzó a desabrocharle los botones de la camisa mientras rozaba su entrepierna contra el muslo de aquel chico.
Ambos acabaron desnudándose, Sasha le puso el condón al chico antes de que arriesgarse a que se lo pusiera al revés, si es que sabía si quiera donde ponérselo.
Ella usó todas las técnicas que había aprendido con los años: Felaciones, movimientos sensuales de cadera, caricias, besos...
Ella le montó mientras él la agarraba con demasiada fuerza de las nalgas. Lo cabalgó como le habían enseñado, observando la cara de placer que ponía aquel individuo, fingiendo disfrutar. Era un desconocido y ahí estaba ella, obsequiándole su cuerpo.
Sasha trató de no pensar mucho en eso, tenía que concretarse en hacer su trabajo si quería acabar pronto.
Tras diez eternos y odiosos minutos para Sasha, David acabó.
Y no pasaron ni dos segundos antes de que Sasha saliese corriendo al baño para lavarse a conciencia. Al chico aun le quedaban veinte minutos que había pagado, pero la presión le pudo a Sasha, últimamente no dormía bien y eso no la ayudaba a concentrarse. Se metió en la ducha, agarro la esponja ya endurecida por el tiempo y comenzó a frotarse la piel hasta dejarla enrojecida y en lagunas zonas despellejada incluso. Ella se agacho, se sentó bajo la ducha mientras el agua caía y ella respiraba con dificultad.
Cuando se recompuso y salió de la ducha ya habían pasado los veinte minutos del cliente, iba a disculparse con el jefe pero el chico aún estaba ahí, de pie frente a la puerta del baño.
—No deberías estar aquí… —empezó a decir Sasha.
— ¿Hice algo mal? —David estaba muy serio, y eso asustaba a Sasha.
—No es eso… es solo que…
—Vente conmigo, escapémonos de aquí
—¿Qué? —dijo Sasha abriendo los ojos a más no poder.
—¡Sí, vente conmigo!
—¿Pero qué dices tío raro? Eres un puto lunático
—¡No soy ningún lunático! –gritó David mientras la agarraba con fuerza de los brazos
Sasha chilló asustada mientras intentaba zafarse de aquel loco. Al momento aparecieron dos de los hombres de Giovanni para llevarse a David a rastras, él intentaba librarse de aquellos gorilas mientras gritaba que le soltaran y miraba fijamente a Sasha.
Ella se derrumbó por completo. Aquella situación no pasó inadvertida para un hombre que pasaba por aquel pasillo, otro hombre de Giovanni. Era uno de los pocos amigos de Sasha en aquel lugar.
Entro en la habitación y vio a Sasha tirada en el suelo temblando, él se sentó junto a ella y la abrazó.
—Ya ha pasado todo…cálmate —le decía al oído con su voz grave y suave
—Jackie… —Sasha hundió la cara en el pecho del único hombre que alguna vez la trató con compasión y ternura—. No sabes cuánto me odio…Odio sentir este miedo… Odio ser tan débil.
—Sasha… tranquila. Estos momentos son los que nos hacen más fuertes. No te vengas abajo.
—El infierno de mi cabeza no es un paseo veraniego… No merece la pena tener esto martirizándome solo por ser fuerte. Sigo siendo la misma cobarde… nada va a cambiar nunca…
—No Sasha, todo ha cambiado, ya no eres la misma.
—No Jackie… Nada ha cambiado, sigo siendo la misma niña asustada que conociste cuando llegue aquí… y no sabes cuánto odio estar aquí… Ayúdame a escapar Jack.
—No puedo pequeña… ya lo sabes. Trabajo para Giovanni y sé cómo es con los insurrectos… Si te ayudo a escapar acabaré muerto en el fondo del río con los pies enterrados en cemento. Y si logras escapar te atraparan Sasha, lo sabes, y te mataran… o algo peor.
—¿Acaso hay algo peor que estar muerto?

Jack desvió la mirada al techo, suspiro y antes de levantarse para marcharse de la habitación le dijo:
—Sí que lo hay niña, sí que lo hay… Sufrir tanto como para desearlo.
Jack se marchó y Sasha se levantó del suelo para luego tumbarse en la cama, por hoy había sido bastante. Aquel chico le había metido el miedo en el cuerpo, comenzó a pensar en él.
¿Qué clase de hombre le dice a una puta que la ama la primera vez que se acuesta con ella?
¿Era tan malo como a ella le parecía? ¿Realmente estaba mal de la cabeza aquel chico?
Podía ser su billete de salida de aquel infierno…
¿Es mejor malo conocido que bueno por conocer?
Su cabeza daba vueltas, no sabía ya que pensar. Y además estaba el tema de la hermana de Esmeralda, ellas no se merecían aquella pesadilla… No paraba de pensar que de ser más valiente trataría de salvarlas a todas, pero ¿Cómo? ¿Qué podía hacer ella?
Los días siguientes fueron como tantos otros, ella mantenía la compostura pero siempre acababa lavándose con desesperación. Siempre lamentándose de lo sola que estaba, al menos el apoyo de Jack y Esmeralda la ayudaba a sobrepasar aquel infierno.