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domingo, 25 de febrero de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Tres


Sasha se despertó sobresaltada y sudando. Las sabanas estaban empapadas y se habían enredado entre sus piernas. Habían pasado ya diez años desde que su padre la vendió a una mafia que se dedicaba a la trata de mujeres. A los pocos meses de estar con ellos la vendieron a un burdel ilegal, donde todas las chicas eran niñas raptadas o vendidas. Había chicas que ni siquiera sabían hablar el idioma, menores de edad y algunas drogadictas que estaban solo para poder conseguir un pico que chutarse en vena. Y el día que llegó a aquel lugar, odiando con toda su alma a su padre, juro que no volvería a derramar ni una sola lagrima más.
Los últimos años de Sasha, desde que vivía en aquel antro, habían sido un desfile de falos de todo tipo… Hombres repugnantes que sin pagar no conseguirían el contacto lascivo de ninguna mujer, hombres casados que buscaban el afecto (fingido en estos casos) que no encontraban en su matrimonio y un largo etcétera.
Sasha prefería a los casados, eran más gentiles y pasaban la mayor parte del tiempo que habían pagado quejándose y criticando a sus mujeres, en busca la comprensión y el cariño que no encontraban en sus hogares. Sin embargo eran ellos los que estaban en compañía de una prostituta.
El burdel era un edificio de tres plantas, en la primera planta había varios salones con cómodos sillones, salas para organizar fiestas privadas y un bar. La segunda planta eran las habitaciones, había unas treinta habitaciones para las veinte chicas que eran. Algunas veces llegaban chicas nuevas, otras se llevaban a chicas que ya llevaban allí algún tiempo, de forma que el número de prostitutas siempre oscilaba pero por lo general siempre sobraban habitaciones. Y en la última planta se encontraba el despacho del dueño del burdel.
En la misma habitación en la que trabajaban era donde dormían, algo poco higiénico pero tampoco es que tuvieran algún tipo de voz o voto en aquel antro, algunas chicas dormían juntas para sentirse más protegidas, pero Sasha dormía sola, no le agradaba mucho la compañía excepto la de dos o tres personas. Tenía su propio baño y un armario lleno de ropa sensual, picardías y disfraces. A petición del consumidor siempre.
Una ventana pequeña, con barrotes y unas cortinas de seda roja. Desde la ventana Sasha podía observar los enormes edificios de la ciudad, al otro lado del río. Parecían muy pequeños, aunque ella sabía que debían ser gigantescos. En el fondo de su alma deseaba estar allí, rodeada de esos edificios, en esa jungla de asfalto y cristal, pero no lo decía nunca en voz alta… podría ser peligroso.
Cuando no tenía que trabajar Sasha no se molestaba ni en arreglarse, simplemente se ponía una camiseta ajustada y unas bragas.
Casi nunca se ponía el sujetador por comodidad normalmente, estaba acostumbrada a pasar la mayor parte del día desnuda, a causa de tipo de vida.
Ella era de las chicas que más tiempo llevaban en el burdel, junto a Lucia y Esmeralda que eran las veteranas.
Lucia era una joven ucraniana de voluptuosas curvas, rubia y de tez blanquecina. No hablaba mucho ni solía llamar la atención, pero cuando reía era la más escandalosa.
Esmeralda era la mejor amiga Sasha en aquel antro. Era una transexual, es decir un hombre operado para tener senos, de piel morena y pelo negro, rizado y corto. Era la más querida por las chicas y siempre daba la cara por ellas y era respetada por todos en aquel lugar.
A pesar de estar retenidas contra su voluntad y ser obligadas a practicar sexo con cualquiera que pagara, los chicos del burdel las solían tratar, si no del todo bien, al menos con respeto y no abusaban de ellas.
Sasha soñaba todos los días con escapar de aquel antro, vivir una vida lejos de todo lo malo de este mundo, pero ese sueño se desvanecía cada vez que se encontraba en la cama desnuda con un desconocido.
Sabía que nunca tendría el valor para escaparse de allí.
Nada más levantarse, se sentó en el borde de la cama, solo llevaba unas bragas negras bastante ajustadas, se incorporó del todo frotándose los ojos aun adormilada y se paró frente al espejo, observando su cuerpo.
Su pelo ondulado de color azabache le llegaba hacia la mitad de la espalda, contrastando con su pálida piel y sus ojos verdes.
Los cardenales ya no decoraban su piel y los recuerdos de su traumática infancia le eran lejanos y turbios, como una pesadilla que de una manera u otra siempre acababa recordando fugazmente.
Con el paso de los años había crecido y transformado en una hermosa joven; sus curvas, muslos, firmes pechos, largas piernas y las venas azuladas que se marcaban en algunas zonas de su pálida piel, de forma grácil y sensual, era lo que todos los hombre deseaban.
Ella era consciente de que tenía un cuerpo atractivo, pero sabía que la belleza era efímera y que algún día se esfumaría.
Tras ducharse se vistió con una camiseta blanca que estaba en el fondo de su armario. Hoy era su día libre y necesitaba relajarse, charlar y quizás tomar algunas copas.
Fue a la habitación de Esmeralda. Ella libraba cuando quería, quizás por llevar allí más tiempo. Mientras que las demás chicas solo tenían días libres cuando tenían la menstruación, una semana de descanso al mes para aquellas inocentes esclavas sexuales. Para Sasha aquel era su ultimo día libre, y quería aprovecharlo con Esmeralda para poder pasarlo bien antes de pasar por otro mes infernal.
Llamó un par de veces a la puerta y escuchó como Esmeralda la invitaba a entrar.
—¡Hola amor! —exclamó Esmeralda de aquella manera tan exótica, como un acento cubano forzado, siempre tan entusiasmada y versátil.
—Buenos días Esme —le respondió Sasha con una sonrisa débil, como todas las expresiones que intentaba pintar en sus labios, solo la seriedad y el miedo eran sinceras en ella—. ¿Libras hoy?
—Mmmm… ¿Noche de chicas a que sí? —dijo Esmeralda entusiasmada poniéndole especial énfasis caribeño a la pregunta.
—Estaría genial la verdad… Mañana vuelvo a trabajar…
—No te preocupes cariño, ve a comer algo y esta noche me paso por tu habitación con una botella buena y nos lo pasaremos genial—. La animó guiñándole un ojo.
—¡Genial! Esta noche te veo entonces
Sasha salió de la habitación y en el pasillo se tropezó con uno de los guardaespaldas de Giovanni, el jefe del local.
—Sasha, el jefe quiere verte —le dijo—. Ahora.
Sasha no respondió, solo agachó la cabeza y se dirigió a las escaleras.
No sabía el nombre de aquel hombre, solo conocía el de uno de los guardaespaldas, Jack, él era el único que las trataba como personas, era amable y siempre estaba atento a que ningún cliente se sobrepasara con ellas, mientras que otros solían hacer la vista gorda a cambio de un pequeño soborno.
Subió las escaleras hasta llegar al despacho del jefe del burdel, la puerta estaba abierta de par en par, pero ella esperó en el marco de la puerta temblando, nunca era buena señal que el jefe te llamara de aquella manera.
—¿Ya estás aquí? Pasa —dijo con un deje de acento italiano pero autoritario—. Tengo que pedirte un pequeño favor…
Ella ya sabía que no era un favor, que era una orden y debía cumplirla quisiera o no.
Observó cómo guardaba unos papeles en un cajón del escritorio de caoba con adornos y remaches dorados, y lo cerró con llave.
Debían ser papeles importantes, porque por lo general Giovanni era una persona descuidada y el orden no era una de sus cualidades.
El despacho era una habitación bastante grande de paredes altas, enormes ventanales a ambos lados de la habitación, una chimenea siempre encendida, algo necesario en aquella fría ciudad.
Había un enrome armario con puertas de cristal tras el escritorio, se podía apreciar que estaba lleno de botellas de alcohol, probablemente de las más caras.
La habitación estaba decorada con varias obras de artes, cuadros, esculturas y estantes llenos de libros colgaban de las paredes.
Aquel hombre delgado, bajito, de avanzada edad y de aspecto siniestro, vestía siempre trajes de chaqueta de los más caros. Le hizo un gesto para que tomara asiento.
—Van a llegar un par de chicas nuevas, no si se hablaran nuestro idioma o no. Tu trabajo será enseñarle que deben hacer, como deben hacerlo y dejarles bien claro que les ocurrirá si no obedecen todas y cada una de mis peticiones. ¿Ha quedado claro? Llegaran la semana que viene, mientras tanto sigue con tu trabajo como de costumbre.
—Sí, señor —dijo inmediatamente con la cabeza gacha, sin ser capaz de mirarle a los ojos.
—Ya puedes retirarte
Sasha se marchó del despacho y se dirigió a su habitación rápidamente tratando de no hacer ruido, era mejor no molestar a aquel hombre.
Desde el primer día le dejaron claras sus obligaciones y la primera vez que se le ocurrió desobedecer el castigo fue tan doloroso que pasó días sin poder moverse.
Sintió lastima por aquellas chicas, pero poco podía hacer por ellas. Una vez que se cae en la red de Giovanni… No hay escapatoria.
Una vez en su habitación se tumbó en la cama, el tiempo pasó rápido y cuando se quiso dar cuenta Esmeralda llamaba a su puerta, abrió la puerta con una botella de champagne y un par de copas en una mano.
—¡Esta noche nos vamos a divertir mucho ricura! —dijo casi gritando alegremente.
—Pues lo necesito mucho, Esme. Me han encargado enseñar a unas chicas nuevas la semana que viene…
—Que mierda… —una sombra de preocupación asoló brevemente los ojos de Esmeralda, pero miró a Sasha y le dedico una de sus brillantes sonrisas—. Bueno, olvídate de eso, esta noche… ¡A divertirse!
Esmeralda dejo las copas en una mesa junto a la puerta, agitó la botella y el tapón salió disparado con un agradable “¡plop!” y un leve chorro que mancho el suelo. Se sentaron en la cama y comenzaron a beber.
—Sasha, ¿sabes que ha ocurrido?
—No… ¿Qué ha pasado? –Sasha odiaba esa pregunta. ¿Cómo se suponía que iba a saber que ha ocurrido si no se lo contaba?
—Se han llevado a Lucia…
—No jodas…
—Sí, sí. Mis contactos me lo han confirmado. Se la han llevado a otro antro, aun peor que este. Quizás por eso van a traer a esas chicas nuevas… ¡Tengo que averiguar quiénes son!
Pasaron la noche bebiendo, riendo y contándose anécdotas divertidas de los hombres más penosos con los que habían trabajado el último mes.
—…y lo más divertido fue cuando me quite la falda, vio mi miembro en su máximo esplendor ¡Y él lo miró con los ojos como platos! No tenía ni idea de lo que yo escondía —contaba Esmeralda mientras se reía a carcajadas.
—¡No me lo puedo creer que amigos más cabrones tenia! —reía también Sasha— Bueno Esme, estoy muy… borracha y mañana curro… Vamos a tener que dejar esta fiestecilla para otro día
—Vale, vale, te dejo dormir… —decía mientras se marchaba tambaleándose y riéndose aún.
Sasha se tumbó en la cama, no llego a quitarse la camiseta, todo daba vueltas a su alrededor, estaba realmente borracha. Pero por un instante todo el miedo y la pena desapareció de su alma, por un momento se sintió libre, sin problemas. Por un breve instante era feliz al no poder pensar en nada… un breve instante antes de quedarse dormida y volver a tener a recordar su pasado en forma de pesadillas.
Soñó que despertaba en aquel cuchitril en el que había estado retenida por meses, cuando la mafia de trata de mujeres buscaba comprador. Aquel hombre que la dejó inconsciente con el arma de electrochoque abrió la puerta, la arrastró mientras ella chillaba aterrada tratando de resistirse, la empujaron y cayó a los pies de Giovanni, él sonrió le dijo algo al otro hombre y le entregó un maletín.
Uno de los hombres de Giovanni la agarro con fuerza y la saco de aquel lugar para meterla en un coche, saco una pistola y le apunto a la cara, dijo algo que no alcanzó a oír por sus incontrolables gritos y con cara de estar harto le golpeó en la cabeza con la culata de la pistola dejando inconsciente a Sasha.

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