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domingo, 18 de febrero de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Dos


Sasha despertó en una cama de hospital, rodeada de aparatos que emitían luces brillantes y pitidos rítmicos, le dolía terriblemente la cabeza, desde la puerta podía ver a dos policías y una médica hablando con su padre.
Su padre sudaba con nerviosismo, hablaba de forma airada como a punto de explotar y ponerse a gritar. Ella sabía que la paciencia no era una de las cualidades de su padre, y se encontraba entre la espada y la pared.
Parecía una bestia enjaulada.
La pareja de policías y la doctora entraron en la habitación de Sasha dejando a su padre fuera.
—Buenos días Sasha, soy la doctora Leonor —se presentó la joven mujer, rubia y de facciones redondas, era algo rechoncha y sus ojos verdes trataban de expresar serenidad y seguridad—. Estos dos agentes quieren hablar contigo. Si en algún momento quieres parar o te sientes nerviosa llámame, estaré en la puerta vigilando.
Sasha asintió levemente.
Los policías que esperaban en la puerta se acercaron lentamente a Sasha, que los miraba con cierto recelo.
—Buenas Sasha, me llamo Adolfo y mi compañero Raúl, somos agentes de policía. Queremos hacerte unas preguntas ¿De acuerdo? —dijo uno de los agentes sonriendo.
—Vale… —musitó ella.
—Hemos hablado con tus vecinos, y creemos que tu padre… abusa de ti. Si eso es cierto nosotros te protegeremos y llamaremos a unas personas que te llevarán a un lugar seguro.
No tengas miedo Sasha, y dinos la verdad. ¿Tu padre te ha hecho daño?
Sasha miró a la puerta, su padre la miraba fijamente muy serio.
Ella sabía que si decía la verdad acabaría muy mal, el miedo le recorría todo el cuerpo
—No… mi padre no me ha hecho nada
—¿Y esas heridas y golpes?
—Yo… me caí por las escaleras, agente…
—Sasha, debes decirnos la verdad. De otra manera no podremos ayudarte. ¿Lo entiendes?
—Esa es la verdad, señor agente, mi padre no me ha golpeado nunca…
El policía agachó la cabeza y negó con aplomo.
—Bueno… si en algún momento te hace algo, llámanos –dijo extendiéndole un papel con un número de teléfono escrito— Este es mi numero personal
—Lo tendré en cuenta señor agente.
Los policías y la doctora salieron al pasillo, parecían discutir sobre ella, ya que la miraban cada pocas palabras que intercambiaban. La doctora parecía frustrada, Sasha incluso llego a oírle gritar que ellos debían hacer su trabajo y no quedarse de brazos cruzados.
Ella sabía que si no decía nada no podrían ayudarla, pero no era capaz de decir la verdad. El miedo le apresaba el corazón como una trampa para osos.
A los pocos días le dieron el alta en el hospital, los médicos dijeron que el ataque de ansiedad se debió al estrés por la muerte de su madre, que de alguna manera aún le afectaba y no lo había superado, la citaron para un psicólogo. Pero Sasha nunca acudió a la cita.
Su padre se pasó las siguientes semanas sin aparecer por casa nada más que para dormir, no le dirigía la palabra a Sasha y no le volvió a poner una mano encima, temeroso de lo que pudiera pasar.

Ella se despertó con las primeras luces del sol que se filtraban por los huecos de la persiana, suaves haces de luz que parecían tener el tacto de la seda de poder tocarlos.
Al levantarse se dirigió al salón, por el rabillo del ojo vio que había unas cartas en el mueble de la entrada, se acercó y las miró.
Una estaba dirigida a ella.

Era del colegio, hacía ya mucho que no iba a clase y el director le mandó una carta para recordarle que si no asistía a clase sería expulsada y no podría obtener el título académico.
No era la primera carta, y sabía que no sería la última; además de las esporádicas llamadas de la orientadora del instituto.
Sasha pensaba en su futuro, sin estudios ni experiencia laboral, solo contando con sus “dotes femeninas”. ¿Qué debía hacer entonces con su vida?
¿Debía hacer como aquellas divas de la MTV y dedicarse al espectáculo audiovisual? ¿Cómo aquellas famosas de los programas del corazón y cazar un marido mientras fuera bella todavía? Sasha no sabía qué hacer con su vida, por culpa de la violencia constante de su padre y la muerte de su madre había dejado los estudios de lado.
Se sentó al borde de la cama y recordó aquel fatídico día en que todo cambió. Recordó el día de la muerte de su madre.
Su madre era una joven belleza, con los mismos rasgos que Sasha, pero algo más esbelta y de curvas más exuberantes.

Al contrario que en las películas dramáticas de Hollywood, el día de la muerte de su madre no era uno lluvioso, ni nublado, ni siquiera hacía frío.
Era una agradable tarde de primavera, las flores de colores llamativos rondaban por todo el parque, el zumbido de las abejas se escuchaba en algunos setos, el sol sin ser sofocante calentaba la piel y soplaba una suave brisa.
Sasha y su madre estaban en el parque, ella jugaba a la pelota y su madre estaba sentada en un banco vigilándola. Su padre no había ido en aquella ocasión con ellas,  y quizás fuera su ausencia, la brisa o la torpeza de Sasha lo que causó una cadena de sucesos que acabarían con la vida de su madre.

Sasha pateó la pelota de plástico demasiado fuerte, la brisa la desvió hacia la carretera en el momento en el que el semáforo se puso en verde. Ella salió corriendo tras su preciada pelota que le regaló su madre tiempo atrás, su madre le gritó que se detuviese. Pero así son los niños: Incautos, desobedientes y alocados. Y así son las madres: Sobreprotectoras, mandonas y siempre preocupadas.
Eva vio cómo su hija iba a cruzar la calle sin mirar si venía algún coche, de modo que salió corriendo detrás de ella, justo entonces un camión cargado de vigas estaba pasando y tuvo que dar un frenazo al ver a la niña pequeña.
La madre de Sasha consiguió agarrarla de un brazo y tirarla hacia la acera salvándola. El camión se detuvo a pocos centímetros de Eva, que se había cubierto la cara con los brazos en un intento de protegerse de aquella mole de metal que estaba a punto de arrollarla. La inercia del frenazo del camión hizo que las vigas se desprendiesen, cayendo sobre la madre de Sasha, atravesando su cuerpo y matándola en el acto.

Sasha en su cama no pudo evitar llorar ante aquel recuerdo, se secó las lágrimas como pudo y contuvo el sollozo al escuchar a su padre abrir la puerta. Se vistió con lo primero que encontró sobre la silla del escritorio y salió a ver si necesitaba algo.
Se encontró con que su padre no estaba solo, estaba acompañado por un hombre bajito y calvo en traje de chaqueta y por otro alto y fornido, también vestido en traje de chaqueta, y con el pelo muy corto y rubio.
Por su aspecto debían ser extranjeros, quizás alemanes o rusos.
Los tres hombres la miraron en silencio durante un rato.

—Creo que esto saldará tu deuda. —le dijo el hombre calvo a su padre.
—¿Qué significa esto papá…? —preguntó Sasha asustada, a pesar de imaginarse de que se trataba. No era ningún secreto en aquel barrio que muchas chicas eran vendidas a la mafia. Y en algunos casos, como en el de su padre, era para saldar deudas por el juego o las drogas.
—Sasha, vete con estos hombres, sé obediente y no hables a no ser que te den permiso —le dijo su padre muy serio, pero desviando la mirada. Estaba evidentemente atemorizado por esos hombres y parecía sentir cierta vergüenza o arrepentimiento
—¿Por qué…? —Sasha estaba a punto de romper a llorar.
—Porque si no lo haces nos mataran a ti y a mí. Así que obedece.
No iba a dejar que su padre la vendiese como si fuera una esclava, se negaba a creer que eso fuera a pasar.
Había sufrido mucho por culpa de ese hombre, y ya estaba cansada.
Sasha retrocedió unos pasos, cogió impulso y salió corriendo empujando al hombre bajito y esquivando al otro hombre más alto para escapar por la puerta. Mientras bajaba por la escalera corriendo como un galgo notó dos pinchazos en la espalda, una enorme descarga eléctrica sacudió todo su cuerpo y todo a su alrededor comenzó a oscurecerse hasta que se desmayó.
—¿Era necesario utilizar la taser? —le reprendió el hombre bajito al alto.
—Lo siento señor Anderson…
—Por el amor de dios, es solo una cría. Vamos, cógela y métela en el coche… En fin, ha sido todo un placer hacer negocios con usted.
—Sí… claro, lo mismo digo señor Anderson —respondió el hombre agachando la cabeza, se giró y cerró la puerta de su casa tras de sí.
El padre de Sasha observaba desde la ventana del salón como el coche, en el que iba montada su hija con los hombres a los que se la había vendido, se perdía entre las calles de la ciudad. Siempre pensó que en un día como aquel se sentiría feliz.
Pero sin embargo una tristeza y una desolación terrible invadieron su alma, mente y corazón.
Se dirigió al baño, cogió todos los botes de pastillas del botiquín que encontró. En el armario del salón agarró una botella de licor barato, se sentó en su sillón.
Se tragó todas las pastillas y dejó la botella vacía.
Acabando en el suelo convulsionando a causa de la sobredosis hasta morir. Nadie le echaría de menos.
Pasaron varias semanas hasta que el olor putrefacto del cadáver llamó la atención de los vecinos, que llamaron a la policía y lo encontraron en la misma posición en la que perdió la vida. Y ahora, su aspecto dejaba ver el reflejo de su propia alma.

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