Bienvenidos a Codex Atramentum

domingo, 25 de marzo de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Siete


La vida de la familia Caputto era más complicada de lo que parecía a simple vista, a pesar de estar siempre sonriendo, de ser felices porque estaban juntos, tenían problemas financieras. Había meses que lo sobrellevaban, meses que no tenían ni para una barra de pan. Las cartas de aviso de desahucio por parte del banco eran casi constantes.
La pequeña Christina eso era algo que aún no alcanzaba a comprender, tampoco comprendía porque su hermano se pasaba todas las noches fueras ni porque su padre siempre estaba bebiendo. ¿No eran felices? Ella sí lo era, estaba mamá, papá, su hermano mayor siempre tan divertido y ella. Eran una familia feliz ¿No?
Pero cada día, cada semana, cada año que iba pasando hacía que Christina fuera menos feliz. Se empezaba a dar cuenta de que su familia se iba a romper. Su hermano se pasaba las noches fuera de casa vestido de mujer jugando en casinos, o eso decían las vecinas. Su padre no paraba de beber y discutía con su madre, se peleaban, se gritaban y todas las discusiones las terminaba su padre dándole una torta a su madre en pleno rostro… en el mejor de los casos.
No eran felices. Ya no eran una familia feliz.
La casa donde vivían no era gran cosa, se podía comparar con poco más que un cuchitril destartalado. La cocina y el salón eran la misma habitación, solo había un baño que siempre se estaba estropeando, una habitación para sus padres y otra que compartía con su hermano. Ella siempre lo llamaba hogar. Su hogar. Su lugar en este caótico mundo.
Christina estaba asomada a la ventana de su cuarto, el sol se estaba poniendo y las hojas de los arboles caían de sus ramas hasta posarse en el suelo. Oyó como sus padres estaban hablando en su cuarto, esta vez no había gritos, pero si un leve llanto de su madre y la voz ronca de su padre tratando de calmarla. Ella pego el odio a la pared para tratar de escuchar mejor y la conversación que escuchó cambió su forma de pensar, para siempre.


—…ese puto cabrón…—decía su padre
—¿Cómo nos ha podido hacer esto?—lloraba su madre
—No solo se dedica a ir vestido de mujer apostando lo poco que gana en el supermercado, encima ahora nos hace esto…joder
—¿Qué hicimos mal…?
—Tenerlo, nunca debimos haberlo tenido. ¡Ese cabrón se ha llevado todo nuestro dinero y lo que ha ganado apostando se lo va a gastar en una operación! ¿Sabes qué significa eso?
—Si…
—No tenemos nada, María, na—da. Estamos sin un puto duro, las facturas se nos acumulan y el banco nos va a quitar la casa

Christina apartó el odio de la pared, ya había escuchado bastante. Su hermano les había traicionado. Había gastado todo el dinero, y ahora no tenían nada.
Se tumbó en la cama hasta dormirse escuchando el llanto de su madre y los insultos de su padre. Tenía razón, su hermano era un traidor.
Su hermano no apareció en los siguientes días, los rumores decían que le debía dinero a la mafia y había huido. El tema de la mafia era algo muy común en su ciudad, la policía estaba comprada por ellos y hacían lo que querían y cuando querían. Extorsión, apuestas ilegales, secuestro, trata de personas, prostitución… asesinato.
El tema económico iba cada vez peor en la familia, no entraba dinero en casa, casi no tenían para comer, pagaban las deudas a duras penas. Sus padres no paraban de discutir, su madre cada vez tenía más golpes en la cara, su padre cada vez bebía más y Christina no podía hacer otra cosa que observar como su familia se hundía todo por culpa de él… todo por culpa de su hermano.
No, ya no tenía hermano.
Para ella su hermano estaba muerto.
El sumun del desastre familiar fue aquel día que un vecino les dijo a sus padres que su hijo se había puesto pechos y trabajaba en un burdel de la zona. Eso hizo que sus padres tocaron fondo, todo su mundo se le hundía ante sus propios ojos.
Los meses pasaron y la condición de la familia no mejoraba, hasta que una tarde de invierno, cuando Christina llegó del colegió acompañada por su madre, encontraron a su padre muerto. Colgado del cuello por un cinturón enganchado en la puerta del armario y un charco de sangre bajo sus pies, la policía dijo que en el intento de asfixiarse se clavó la hebilla del cinturón con tanta fuerza que le atravesó el cuello, haciendo una fisura en una artería que provocó que se desangrase hasta morir.
Su madre lloró la pérdida durante meses, y finalmente las condiciones que la asolaban provocaron que le pidiera dinero a un prestamista. Durante unos meses pudieron vivir bien, podían comer todos los días y pagar las deudas.
Pero el día que tuvieron que devolverle el dinero al prestamista todo volvió a desmoronarse, la resolución final de aquella situación tan compleja fue muy sencilla.
Christina con doce años, trabajando en un puticlub para la mafia y que no le partiesen las piernas a su madre. Se suponía que no debía pasar allí mucho tiempo, pero la mafia no es una entidad de al que uno deba fiarse. Ese poco tiempo se trasformaron en meses, esos meses en años hasta que Christina cansada de la situación planeó la manera de escapar de allí.
Su única manera de escapar era llamando la atención de todos.
Provocar un incendio.
Eso activaría la alarma del local y las puertas de emergencia se abrirían.
Pero no era suficiente, una vez escapase de allí necesitaba dinero, ella y su madre tenían que huir. Christina sabía dónde guardaban el dinero, así que no tardó mucho en decidirse a llevar a cabo el plan.
Guardo un cuchillo de la cocina en su habitación y varias botellas de aguardiente irlandés, altamente inflamable.
Una noche, en su turno libre se dirigió a los baños, lleno las papeleras de papel higiénico y su “ropa de trabajo”, vertió en ellas todas las botellas de alcohol y les prendió fuego.
Corrió a más no poder hasta el despacho del jefe, la alarma de incendios no tardó mucho en encenderse. Entonces, tal y como ella supuso, el jefe se dedicó a sacar todo el dinero de la caja fuerte para salvar sus ganancias. Los guardaespaldas trajeados habían bajado para controlar la situación en el local.
Christina se acercó sin hacer ruido hacia el jefe, de espaldas a ella. Respiro hondo… y hundió repetidas veces el cuchillo de cocina en la espalda de aquel corpulento hombre. Mientras el gritaba de dolor tirado en el suelo, tratando de agarrar el cuchillo que aún estaba calvado en su espalda, Christina cogió todo el dinero y escapo de allí.
Corrió. Corrió hasta que el dolor de las piernas fue insoportable, hasta que noto como le ardían y entonces paró para descansar un poco. Llamó a un taxi y le pidió que le llevase a su casa.
Bendita suerte la suya, su madre salía por el portal de su casa justo cuando ella llegó. Le hizo unas señas para que se subiera al coche, y así lo hizo.

—Pero Christina… ¿Qué demonios haces aquí? –preguntó su madre, claramente asustada.
—Me escapé mamá, y ahora tenemos que huir. Escapar de la ciudad. Tengo dinero.
—Christina…
—Jefe, a donde nos puede llevar con todo esto— mostrándole la bolsa de dinero
—¡A donde ustedes quieran!
—Llévenos lo más lejos que pueda.
—Entendido
El viaje duro más de ocho horas, pero finalmente llegaron a una ciudad nueva.
Durante un tiempo estuvieron viviendo bien, pero su felicidad no duró mucho. La mafia acabó por encontrarlas, a la fuerza se llevaron a Christina a su nuevo destino donde conocería a Sasha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario