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domingo, 11 de marzo de 2018

Las Lágrimas de Sasha - Capítulo Cinco

Algún día, encontraré un ángel se decía a si mismo David, en un vano intento de mantener la esperanza por encontrar el amor de su vida.
David era un joven de veintisiete años, formal, complaciente, tímido, cobarde, sumiso, poco sociable… se sentía como alguien más del montón. Uno más del rebaño.
Vivía solo en un apartamento pequeño. Contaba solo con una habitación, un baño, una cocina y un pequeño salón. No tenía muchos muebles ni decoración, su casa era un reflejo de su personalidad: Simple, minimalista y vacía.
Trabajaba como contable en una pequeña empresa de neumáticos, no eran más de cuatrocientos trabajadores. El sueldo era aceptable, no era para tirar cohetes pero le daba para vivir y pagar cómodamente su casa.
David no tenía amigos ni novia, su familia lo había dejado de lado hace muchos años, excepto alguna esporádica llamada de su madre en Navidades o por su cumpleaños.
Siempre trataba de entablar conversación, de caer bien, de conseguir algún amigo. Pero la gente lo apartaba de su lado siempre, de una manera u otra siempre acababa solo.
A su edad aún era virgen, nadie lo sabía. Realmente nadie sabía nada de él, nadie se interesaba por conocerle. Pero aun así él lo ocultaba, era su secreto, y sentía vergüenza de admitirlo.
6:45 a.m.
Sonaba una canción en el móvil a modo de despertador. Despertar con Sweet Dreams de Marilyn Manson, lo animaba de alguna manera. Una canción oscura para una persona lúgubre.
A David le gustaba la música de ese estilo. La música le ayudaba a desconectar, no pensar, no temer y avanzar en su rutina diaria, como un autómata, sin pensar en el próximo paso.
Apagó el despertador del móvil, el silencio inundó la casa.
Se dirigió a la cocina, encendió la cafetera eléctrica y comenzó a tostar unas rebanadas de pan.
Mientras se iba preparando el desayuno se dirigió al salón, encendió el equipo de música y dejo que su lista de reproducción particular sonara.
El suave borboteo de la cafetera y el olor a pan tostado le indico que el desayuno estaba listo. Fue a la cocina, le echó leche al café. Y mantequilla y mermelada de arándanos a la tostada.
Desayunó mientras la música fluía por toda la casa hasta sus oídos. Le gustaba esa tranquilidad matinal, ese momento de paz.
Se dirigió al cuarto de baño, se quitó el pijama de color celeste y los calzoncillos dejándolos en un cesto donde estaba toda la ropa sucia.
Mientras se duchaba pensaba en lo largo que iba a ser el día de hoy.
Lunes.
Con diferencia el día más largo de la semana.
Salió de la ducha, se vistió con una camisa blanca, corbata negra, pantalones de pinza y su único par de zapatos. Apagó el equipo de música, comprobó que todo estaba en orden. Las ventanas cerradas, el termo apagado y los platos en el fregadero. Cerró la puerta de su casa con llave al salir.
Se dirigió a la estación de metro, estaba tan concurrida como de costumbre.
Ahí de pie rodeado de desconocidos miró el reloj.
Un hombre de avanzada edad pedía una limosna sentado en el suelo de la estación, en su cara se notaba el hambre, en sus ropas la pobreza y en sus ojos una tristeza desoladora. Un huesudo chucho, viejo y lastimero lo usaba de almohada.
Los ojos de David y del mendigo se cruzaron por un breve instante, el mendigo alzo la mano mientras mostraba una desdentada sonrisa. David no lo pudo evitar y le dio al mendigo algo de dinero.
7:05
Tenía apenas veinte minutos para llegar a la oficina. Pero como de costumbre llego a tiempo, bueno quizás unos minutos más tarde, pero nadie se iba a percatar de su ausencia de todos modos.
A pesar de ser lunes, el día más largo de la semana, llegó a ser un día especial.
Sara, una compañera del trabajo, se fijó en él. Nunca se había percatado de su presencia, pero parecía que hoy si, y a David eso no le pasó desapercibido, notaba su mirada clavada en su nuca.
Sara no era una mujer muy agradable, era una persona gruesa, poco agraciado y el constante desprecio que portaba en su mirada no mejoraba la primera impresión que se obtenía de ella. Aun así era la única mujer que se había fijado en David desde que estaba trabajando en aquella empresa desde hacía más de 4 años.
Al terminar la jornada Sara se acercó a la mesa de David, se quedó parada frente a él, mirándose a los ojos en silencio durante un rato que fue para David, cuanto menos, muy incómodo.

—Oye, flacucho ¿Cómo te llamas tú? —dijo Sara con un acento cerrado, haciendo evidente su origen rural. Era una mujer de pueblo.
—Yo… soy David —se presentó tímidamente el joven.
—Yo soy Sara, ¿te apetece ir a tomar algo esta noche?
—Esto… claro, podría estar bien… —la actitud tan directa de aquella mujer abrumó a David.
—¿Sabes cuál es el garito que hace esquina en la calle Eneldo?
—Sí, he pasado por allí alguna vez
—Pues a las once nos vemos en la barra flacucho, no llegues tarde que te doy de ostias ¿eh? —bromeó Sara guiñándole un ojo.
—No, no… no llegaré tarde.
respondió David esbozando una forzada sonrisa.

Las horas transcurrieron lentamente, las manecillas del reloj perezosas parecían moverse solo cuando no eran observadas. David pasó la tarde viendo películas antiguas de bandidos y pistoleros, le atraían las películas del oeste, a pesar de que ya no estuviesen de moda. Vestido solo con una vieja bata gris de cuadros verdes, unos calzoncillos y unas zapatillas grises de andar por casa.
Se acercaba la hora de prepararse. David volvió a ducharse, se vistió con una camiseta más informal, unos vaqueros y su único par de zapatos. Había pasado por aquel local alguna que otra vez y tenía un ambiente relajado, con luz tenue y apestando a tabaco. La gente allí ni siquiera hablaba muy alto, se lo tomaban con calma.
Llego al lugar acordado un poco antes de lo previsto, se pidió una cerveza y la bebió lentamente, haciendo tiempo mientras esperaba. Cuando estaba a punto de terminársela se sentó a su lado Sara, su compañera de trabajo.

—Lo siento flaco, he llegado un poco tarde –se disculpó Sara— Bueno, ¿Qué tal estas? ¿Qué te cuentas?
—Pues no mucho la verdad… ha sido un día aburrido en la oficina y tal…
—El mío no ha ido mucho mejor no te creas eh… He estado una hora tratando con una señora que no paraba de llamar equivocándose. Y encima ese idiota de Menguiano no paraba de salir cada dos por tres a fumar y ha dejado un montón de informes pendientes, y ¿a quién le va a tocar hacerlos? A mí, como no.
—Pues sí que has tenido un día jodido…
—No lo sabes tú bien flacucho… no lo sabes tú bien…

Pasaron la noche bebiendo y charlando, el ambiente y la música eran agradables, exceptuando la densa nube de tabaco que asfixiaba a David y que Sara ayudaba a aumentar fumándose un cigarrillo cada dos cervezas.
El alcohol empezó a hacer efecto y llego el momento de las confesiones.
Sara le confesó que le atraían más las mujeres que los hombres y que, de ver a David siempre solo, se le ocurrió que podían quedar para charlar y beber.
David acabó por confesarle a Sara su secreto tan celosamente guardado. Y se arrepintió enormemente de haberlo hecho al poco tiempo.

—Entonces… tienes veintisiete años… y aun eres virgen.
—Si…
—No eres muy agraciado, es verdad, pero no se…
—Lo se… Y no se lo cuentes a nadie por favor, me da muchísima vergüenza
—Ya, ya te entiendo… Pero seguro que no es tan raro, debe haber más hombres de tu edad e incluso mayores que aun sean vírgenes. Sinceramente no creo que debas tratarlo como un tema tabú. A cada uno le llega su momento cuando le debe llegar. Pero es verdad que los hombres le dais mucha importancia a ese tema… Demasiada quizás. ¿Crees que tu virilidad depende de donde hayas metido el rabo? ¡Venga ya! Si eres un hombre afronta tus miedos de frente, no tengas miedo a que se burlen de ti. Y si tantas ganas tienes de mojar el churro… ¡Pues te vas de putas!
—Ya… Quizás no sea mala idea…
Venga anímate flacucho. Que yo invito a la siguiente ronda trató de animarle Sara mientras le agarraba con el brazo del cuello.

La noche acabó, y ambos se fueron a sus casas. A David le costó un poco conciliar el sueño, su secreto había sido revelado, ya no era secreto. Y a pesar de que pueda ser una tontería ser virgen a su edad, para él era algo muy importante y vergonzoso.
Quizás de tener una mente más abierta podría haber sobrellevado ese tema sin problemas y sin avergonzarse.
Al día siguiente volvió a la rutina, despertarse, levantarse, poner música, desayunar, ducharse, vestirse, coger el metro tan concurrido como siempre, llegar al trabajo sentarse en su mesa, mirar el reloj, suspirar y decirse para sí mismo “Quiero que acabe el día ya”
Aquel día era bastante raro, unos pocos compañeros de la oficina le miraban y se aguantaban la risa. El sospechaba que es lo que ocurría, pero no quería pensarlo ni creer que su secreto lo había ido contando Sara por todos lados. Debía ser otra cosa, debía tener una mancha en la cara, la camisa sin planchar, la bragueta abierta. Cualquier cosa menos eso.
Y sus temores se hicieron realidad cuando un par de compañeros se acercaron a su escritorio, con una pícara sonrisa dibujada en sus rostros. Al menos no se rían directamente de él a carcajada limpia.

—¿Qué pasa David? —saludó uno de ellos
—Nos hemos enterado de tu asuntillo ¿Sabes? —continuó el otro
—¿Quién os lo ha contado? ¿Ha sido Sara? —interrumpió David
—¿Qué? Para nada. Ha sido Oliveira, por lo visto te escucho hablar con Sara en el bar de la Cuarta y Media.
—Mierda… —masculló David
—Bueno al caso, que tenemos la solución a tus problemas David
—Eso, que no puede ser que a tu edad sigas sin haber mojado
—Toma, coge esto —dijo el primero ofreciéndole una tarjeta
—Es de un puticlub a las afueras de la ciudad, cerca del río. Las chicas son geniales, yo he ido muchas veces allí. Te recomiendo a una chica así alta, morenita… Esmeralda le dicen— le contaba el otro hombre conteniéndose la risa
—Gracias… supongo… —respondió David suspicaz

El día se le hizo eterno, solo quería llegar a su casa y tumbarse en el sofá a ver películas del viejo oeste.
Y finalmente cuando pudo tumbarse en su sofá comenzó a pensar que quizás lo de ir a un local de ambiente no sería tan mala idea después de todo, la mayoría de hombres lo hacían. Y a estas alturas no iba a esperar a una persona especial para perder la virginidad, sabía que nunca llegaría.
La cultura japonesa tiene la creencia de que todas las personas estamos conectados con nuestra alma gemela por un hilo rojo atado al dedo meñique que no podemos ver, un hilo que por mucho que se estire nunca se romperá.
¿Dónde estará el final de mi hilo rojo? Se preguntaba constantemente David.
Debía estar en la otra punta del planeta. O quizás quien este al otro lado se ahorcó con el hilo rojo para no tener que acabar acostándose con él.
Se pasó los siguientes días pensando en si debía ir o no al burdel que le habían recomendado, y finalmente el fin de semana decidió ir. Para entonces ya se había olvidado de la chica que le recomendaron los compañeros de trabajo. Sabía que era una piedra preciosa pero no alcanzaba a recordar cual.
Llego al local y entró. Pidió una prostituta durante media hora, se sentó en aquel sofá y vio entrar a las chicas pero no pudo dejar de mirar de reojo a una de ellas. Y cuando se presentó sabía que jamás olvidaría su nombre: Sasha.
Los nervios provocaron una eyaculación precoz, no duro ni diez minutos. Pero cuando Sasha  se encerró en el baño para limpiarse compulsivamente como siempre hacía, él se quedó allí.
David sabía que era su alma gemela, estaba totalmente enamorado de ella. Perdió brevemente la razón cuando forcejeo con ella y aquel enorme tipo lo sacó a rastras de allí.
Lo dejaron en una estancia de aquel local mientras le decían que se relajase un poco allí si no quería tener problemas. En la sala había una barra de bar con varias sillas altas de madera, tras la misma muchas botellas de distintos licores y un par de sofás de color rojo.
Se sentó en la mesa y le pidió al camarero un whisky. Se sentó en el sofá a beber del vaso con tranquilidad. Al rato, un hombre mayor algo extraño que estaba sentado en una de las sillas más alejadas, pidió una copa y se sentó junto a David.

—Estas chicas son buenas, si señor… Saben lo que hacen ¿Eh? Por cierto… Me llamo Javier –se presentó aquel viejo ebrio a David.
—Yo David, encantado –se estrecharon la mano—. Estas chicas… ¿Por qué están aquí? ¿Por qué no se van? La chica con la que he estado no parece que le agrade mucho su trabajo…
— ¿Cómo? ¿No lo sabes? —preguntó sorprendido aquel hombre—. David… ¿Puedo llamarte David, verdad? Estas chicas están aquí en contra de su voluntad, son mujeres secuestradas o vendidas a una mafia de tratas y han acabado aquí.
—¿Y nadie hace nada?
—¿Quién puede hacer algo contra Giovanni y su mafia? Todos saben quién manda aquí, y nadie quiere venir a joderle porque sabe que acabara muy mal parado. Controla a la mayoría de policías y jueces. Tiene contactos… Es un tipo peligroso. ¡Además con estas chicas puede hacer uno lo que se le antoje!
—Ya veo… Bueno ha sido un placer conocerle. Adiós –se despidió David y se marchó de aquel local.
—Nos vemos chico.
se despidió aquel viejo mientras seguía bebiendo

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